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Mostrando entradas de febrero, 2024

¿Para qué cuidar el legado cultural?

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Antonio Guerrero Aguilar/ ¿Qué es el patrimonio cultural, tangible como intangible? Es la relación entre los seres humanos y las cosas que nos sentido de pertenencia, como identidad. Por lo mismo, pueden materiales como inmateriales, formales como informales, esenciales como accidentales. Al fin de cuentas, son significativas, relevantes. Competen a la gente y las hacen vivir como revivir los tiempos idos. Por eso, ponen al legado patrimonial, como memoria recuperada.   En 1925, el sociólogo y psicólogo francés, Maurice Halbwachs (1877-1945), consideró a la memoria colectiva, como aquello que nos lleva mantener un vínculo con el entorno. Define al espacio desde el ámbito físico en donde nos movemos y existimos, así como el contexto ideal donde participan y colaboran los diferentes grupos sociales. Tenemos una memoria personal como colectiva, la cual corresponde a un grupo social ligado a un espacio, transformado según sus ideas, pero que a la vez somete bajo las cosas materiales qu

La “Mona del Arco”

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Antonio Guerrero Aguilar/ Hábito recurrente e infaltable, la de poner apodos tanto a personas como a sitios que nos dan referencias. Para ubicar algún sitio por el rumbo de Madero y Pino Suárez, regularmente se dice: “por la Mona del arco” y cuando vemos el desdén y el menosprecio, sentenciamos: “se lo pasó por debajo de la Mona del arco”. Pero es la escultura de una dama, una alegoría de Nike, la victoria. Está encima de la estructura y desde el suelo no se pueden ver sus detalles que le otorgan significado: lleva una corona de olivo en la frente, su blusa está desgarrada y busto desnudo. Orgullosa como altiva, sostiene una esfera con parte de una cadena rota y la inscripción de “México” en mayúsculas. En su mano derecha sostiene una corona con la otra parte de la cadena, representando así la ruptura de México con la monarquía española. La escultura se llama la "Musa", fue realizada por la compañía W.H. Mullins en 1909. Mide 4.80 metros de pies a cabeza, 6 metros tomando e

El "Arco de la Independencia"

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 Antonio Guerrero Aguilar/ Advierto, no está borrado del paisaje, pero lo ven como un estorbo, unos piden regenerar los alrededores. Unos quieren su traslado a la fundidora como a la gran plaza. Lo que fue el eje más importante, el cruce de caminos que coinciden en Monterrey, luce desgastado como menospreciado en medio del flujo vehicular imperante. Luego se les ocurre cerrar los pasos para conciertos gruperos. En 1910 se inauguraron importantes obras escultóricas y de beneficio social por todo el país. El entonces presidente Porfirio Díaz quiso perpetuar la gesta heroica iniciada por el padre Hidalgo. Aquí el gobernador Bernardo Reyes mandó construir éste arco en la confluencia de dos grandes ejes que propusieron un desarrollo urbano: las avenidas Unión y Progreso, hoy Madero y Pino Suárez. Consta de un arco simple de 25 metros de altura y construido con piedra de cantera rosa.  El proyecto estuvo a cargo de arquitecto ingles Alfredo Giles, el arquitecto Pedro Cabral fue el encargad

Los monumentos al fervor patrio

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  Antonio Guerrero Aguilar/ El año de 1910 era crucial para el régimen, tanto en lo político, así como para consolidar la presencia y la continuación de las obras al amparo de los postulados del orden y progreso. Don Porfirio buscaba la reelección y requería dejar constancia del desarrollo y el crecimiento alcanzado desde fines del siglo XIX.   Por lo mismo, previo a las elecciones de 1910, se dedicó con todo a promover los festejos del centenario de la Independencia de México. Nombró a una comisión de carácter nacional y a través de la misma, destinaron recursos y apoyos a la rehabilitación de monumentos históricos y de otras obras de carácter cultural. Se erigieron en todo el país, unos 88 monumentos y de muchas columnas conmemorativas, en honor al Grito de Dolores como de los principales jefes insurgentes del periodo que va de 1810 a 1821. Nuevo León no pudo ser la excepción y desde unos años antes, pidieron levantar un monumento a la Independencia, situado en la confluencia de las

El Obispado: el divisadero regiomontano

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Antonio Guerrero Aguilar/   La diócesis del Nuevo Reino de León y luego Arquidiócesis de Monterrey han dado nombres en honor a los obispos: los municipios de Marín y Apodaca llevan los apellidos de dos obispos: Primo Feliciano Marín y Porras y Salvador de Apodaca y Loreto. Un barrio y colonia del sur de Monterrey se tituló originalmente Repueble de oriente o de Verea, por Francisco de Paula y Verea. También hubo un municipio al que por nombre dieron Llanos y Valdés pero se despobló. De igual forma, una montaña nos recuerda a la mitra episcopal y hasta un arroyo que baja de la Sierra de la Ventana, se le conoce como del Obispo gracias al señor José María Belaunzarán y Ureña. Precisamente, tenemos un cerro llamado del Obispado o Loma de la Chepe Vera como también le dicen. Forma parte de un conjunto de lomeríos que bajan de las Mitras a San Jerónimo y llegan hasta Monterrey. A una de esas lomas le llaman del Obispado y tiene una altura de 780 metros. En realidad, debe su nombre por

Los "chalet´s de Robertson"

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 Antonio Guerrero Aguilar/ La mayoría de los extranjeros que arribaron a Monterrey, para participar en la inversión industrial como agrícola y servicios, no se instalaron en el centro de la pujante y creciente ciudad. Unos alejados como celosos, poco sociables solo con los mismos miembros de sus “colonias”, siendo la norteamericana la más numerosa. Pero otros sí convivieron cerca con la gente de aquí. Algunos habilitaron los llamados “chalet´s”, casonas al estilo inglés como de los Estados Unidos, con hechura distinta a la nuestra típica arquitectura regional. Uno de los promotores de crecimiento industrial más importantes de la región, fue al coronel José A. Robertson, al que solo recordamos de vez en cuando. Tenía inversiones en la línea de ferrocarril al Golfo, la ladrillera, los servicios de agua potable y drenaje, pavimento y el cultivo de naranjos en el Valle del Pilón entre otros negocios. Además, se le considera el pionero del juego del béisbol allá en la estación San Juan de C

La fábrica de la Imperial

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  Antonio Guerrero Aguilar/ En julio de 1913, el matrimonio oriundo de El Carmen, don Marcelino Villarreal y doña Úrsula Elizondo, fundaron una dulcería a la que llamaron “M. Villarreal”. En 1918, su nombre quedó en “M. Villarreal y Cía”. El negocio estaba casi enfrente de la plaza María Isabel, para después instalarse en la esquina de Centro América y Arteaga. Entre 1932 y 1934, los alcaldes regiomontanos, propiciaron la ampliación de la calle, dejando 20 metros entre banqueta y banqueta. Aprovechando la situación, los Villarreal encargaron a Cipriano González Bringas y al arquitecto Armando Díaz Moreda, un edificio funcional y sobrio, adecuado a la elaboración y venta de dulces y chocolates. El negocio familiar se convirtió en sociedad anónima en 1935 y con ello, inauguraron la sede emblemática. Con el paso del tiempo fue modificada, pero en esencia conservó su estilo y belleza. Parece cuento de hadas, pero este no tiene final feliz. El túnel de la Loma Larga se planeó para Pino

El cine Elizondo

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Antonio Guerrero Aguilar/ Primero el convento, luego el puente… la modernidad exigía cambios para una ciudad repleta de historia, anhelante de figurar en el plano mundial. Hubo una vez, una sala cinematográfica conformada por imágenes y vivencias, ansias y emociones en medio de iconos orientales. Ahí se quedaron noviazgos furtivos, sonrisas infantiles, lágrimas de tristeza como de emoción. Sobre los cimientos del teatro del Progreso, los Rodríguez se animaron a levantar un centro en alabanza a la industria fílmica. Aún prevalecía la cultura regiomontana del trabajo, el esfuerzo y la unión, borrada hoy en día por la autocomplaciente “fregonería regia”. Adolfo y Antonio, convencieron a Encarnación, Narciso y Luis Elizondo de “Atracciones Mundiales”, para construir un gran cine, modelo y culmen del verdadero Monterrey que pensaron desde el siglo XIX. Intervinieron el ingeniero Arturo Olivero Cedeño y el arquitecto Lizandro Peña, quienes diseñaron un auditorio decorado por figuras y em

Las banquetas protectoras y primarias de un hogar

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Antonio Guerrero Aguilar/ La palabra estructura, viene del latín “struere” que significa amontonar, apilar piedras de forma ordenada y pegarlas con argamasa, hecha con cal, arena, agua y penca de nopal para darle el punto deseado. Entonces sirven para dar soporte a las casonas. En el plano simbólico, lo íntimo, reforzado con las pisadas y las voces, las mantienen altas como erguidas. No cabe duda, que las ciudades destruyen las costumbres, como bien lo apuntó el gran José Alfredo Jiménez. Las casas antiguas no tenían cimentación. Roca sobre roca, adobe tras adobe iban levantando los muros hasta dejarlos a buena altura. Precisamente los techos servían para dar consistencia a las construcciones, por eso cuando las moradas se deshabitaban, al caer las vigas comienza el proceso de arruinado. Alguien comparó a ese “entramado sin importancia”, repleto de morillos y terrados, como aquello que sostenía el universo de cada quien bajo un techo. Pero debían darle solidez a la parte baja, coloca

Las banquetas sustentables como neoliberales

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Antonio Guerrero Aguilar/  “En el filo de la banqueta se piensa más hondo, no sé por qué…” es el epígrafe que da comienzo a una narración escrita por Ramiro Garza en su libro “Solar poniente”. Yo lo hice preferentemente en las tardes otoñales. Iba al pueblo de García, me sentaba para imaginar y para no olvidar. Por muchos años, tuve una banqueta afuera de la casa, a la cual llegaban los novios y sin querer me daba cuenta de lo que decían. Las conozco y valoro, por eso comparo las de antes, las de mis tiempos y las que hacen por ejemplo en San Pedro Garza García, Monterrey, incluso en el “Paseo Capital” de Saltillo del alma. No me gustan y les voy a decir por qué, aunque se levanten los sustentables “Atilas” destructivos. Las aceras, representan el deseo ferviente de permanencia a través de los años. Por eso les ponemos fechas, iniciales, huellas de manos, de zapatos y hasta de patitas de animales que se portan como nahuales para inaugurarlas. Los muros de las casas antiguas, se apo

Las banquetas sin pisar y sin andares...

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  Antonio Guerrero Aguilar/ Precisamente es algo que nos distingue: en lugar de caminar por las banquetas lo hacemos por la calle. Se complica subir, porque las banquetas son muy altas, porque cuando llueve las calles se convierten en ríos. Son angostas, repletas de postes, plantas como jardineras o cosas que se dejan a la basura y nunca se las llevan. Entonces ahí se quedan como testigo a la posteridad. No se diga si tienen construcción, todo el material como escombro, permanecen hasta que se dan cuenta que afectan la movilidad. Para muchos, las banquetas son como la segunda piel de la ciudad, el espacio entre lo íntimo y lo público, la casa y la calle. Es la ruta vital para quienes van y vienen. Aunque estáticas, representan algo dinámico y continuo. Si alguien se quedaba en la acera, es porque se ponía a descansar y tomar el fresco después de “la calor” del día. Para mí, sirven para caminar no para estar, excepto por los dueños, que tienen la obligación de mantenerlas en buen estado

La banqueta se respeta…

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  Antonio Guerrero Aguilar/ Esa costumbre tan reinera y norestense, de sentarse en las banquetas y afuera de la puerta en las tardes calurosas del verano, cuando comienza a “pardear” el día. Hay documentos que mencionan ese hábito desde hace unos 300 años. A veces sacaban sillas, bancos, mecedoras y si no las tenían para presumir a los transeúntes, se colocaba en un cuero en la banqueta o en los “poyos” que se hacían. Por ejemplo, Israel Cavazos nos habla de un sastre llamado Nicolás de Osuna, que junto con su mujer Juana Guerrero “estaban sentados a la puerta, en un cuero” el 19 de junio de 1664, cuando sufrieron un acto delictivo. Muchos de nuestros pueblos tenían banquetas muy altas, porque cada vez que llovía, corrían los torrentes por los callejones y las calles terregosas. Las personas ahí se podían quedar hasta que les llegaba el sueño. Cenaban y se salían la a platicar con los vecinos o entre los mismos. Y si hacía tanto calor, dejaban las puertas abiertas y las cosas afuer

Las casas caídas...

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  Antonio Guerrero Aguilar/ En 1979 la iniciativa privada regiomontana, presentó un anteproyecto de un arquitecto norteamericano al que llamaron "Obra de Palacio a Palacio". Luego la compañía “Alternativas XXI” presentó en 1981 un proyecto de la "Plaza Monterrey", con una avenida central de ocho carriles. Conforme iban quitando todo, analizaban planes. En 1983, una compañía integrada por 103 grupos urbanísticos, presentó el proyecto "Gran Plaza" en poco más de 40 hectáreas. Con nostalgia y conformismo, vimos como destruyeron casas y edificios como el Roberts, los cines Elizondo y los anexos al edificio Latino, la fuente Monterrey, así como casonas de los siglos XIX y XX. Durante cuatro años, el corazón regiomontano parecía una zona bombardeada, de guerra. Los defensores de la modernidad, pregonan con orgullo, un antes y después de la “Macroplaza”. Yo propongo más hitos: cuando demolieron el convento en 1914, el puente de la Purísima, la casa del Mirado

La cuna de la escuela nuevoleonesa de la educación: la Normal desaparecida

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Antonio Guerrero Aguilar/ Al norte de la vieja calle del Roble, ahora Benito Juárez, surgieron dos planteles a principios de siglo pasado. Me refiero a la sede de la “Normal” y la escuela para niñas. La primera, la institución formadora de docentes, cuna de la llamada “Escuela Nuevoleonesa de la Educación”, denominada así por la calidad, entrega y preparación de nuestros mentores a lo largo de 150 años. Establecida en 1870, como “Escuela Normal de Profesores” y en 1894 la “Academia Profesional para Señoritas”. No contaban con aulas propias, por eso al principio, los cursos se ofrecieron al atardecer como de noche, tanto en las instalaciones del Palacio Municipal de Monterrey como en el Colegio Civil. Siendo gobernador interino el abogado Pedro Benítez Leal, contando con el apoyo del general Bernardo Reyes, decidieron la construcción de un edificio, a cargo de los señores Mackin y Dillon a finales de 1902. Para lo cual, eligieron una manzana delimitada por las calles del Roble (Juár

El colegio de las monjas

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 Antonio Guerrero Aguilar/ Al norte de donde fue levantada la escuela normal y la academia para señoritas, estaba un predio, delimitado al sur por las calles de Espinosa, al poniente por Colegio Civil, al oriente con Juárez y al norte con Manuel María de Llano. Las “Hijas de María Auxiliadora” consiguieron el terreno para edificar un plantel entre 1906 y 1907, con la colaboración de los constructores italianos Lorenzo y Guido Ginessi. Se hizo una escuela con dos niveles y muros de sillar, un patio central en donde aún se pueden apreciar unas columnas de hierro forjado que sostienen los corredores. La comunidad salesiana lo destinó para niñas de escasos recursos y dedicaron una capilla al centro de todo el espacio. Quedaron como responsables las hermanas Josefina García y Natividad Hurtado. En 1935 les expropiaron el inmueble, pero continuaron impartiendo sus clases sin el hábito distintivo de la congragación, con el nombre de Colegio Regiomontano. Tres años después ellas fundaron el Co

Las casonas de Alfonso Reyes

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  Antonio Guerrero Aguilar/ Monterrey se siente orgullosa de ser la cuna de un gran intelectual mexicano, llamado Alfonso Reyes: tres importantes avenidas, unos cuatro conjuntos escultóricos con sus respectivas placas alusivas, una insigne biblioteca denominada “Capilla Alfonsina” y todo buen intelectual, presume ser conocedor de su vasta obra impresa. El “regiomontano universal” o “Alfonso de Monterrey”, nació un 17 de mayo de 1889, hijo del entonces gobernador y comandante militar de Nuevo León, el general Bernardo Reyes y de la señora Aurelia Ochoa. Llegaron procedentes de Guadalajara, con la intención de apaciguar a nuestra entidad envuelta en pugnas políticas confrontadas por Lázaro Garza Ayala y Genaro Garza García. A través de sus escritos, sabemos que vivió en tres casas: dónde nació “en la casa de la calle Bolívar No. 7, frente a la plazuela del mismo nombre. Luego la familia se trasladó a la casa cercana a la plaza de Degollado y otra situada en el Cerro del Mirador donde

La casa de los Maiz

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Antonio Guerrero Aguilar/ De acuerdo al periódico “La Voz de Nuevo León” del 11 de agosto de 1900: “Del Monterrey antiguo van desapareciendo las viejas construcciones para levantarse otras magníficas estilo moderno”. Enumeraban 6 mil 542 casas, de las cuales, 97 eran de dos pisos, 16 de tres y una de cuatro. Había poco más de 62 mil habitantes. De todas ellas, sobresalía una en especial, que inclusive apareció en postales de la época. Estaba situada en la esquina de las calles de Padre Mier número 5 y Zuazua. A simple vista: amplia como elegante, en la primera planta, residía el director de la mina de San Pedro, la oficina de ensaye y los talleres eléctricos, mientras en la segunda planta vivía la familia de Joaquín Maiz Arsuaga y su esposa Elisa Tárnava. En efecto, era propiamente un palacio de cristal con un torreón con rasgos mozárabes, con ventanales que servían como mostradores. El dueño, miembro de una dinastía de comerciantes e inversionistas españoles, originario de Arcentale

La Casa Verde

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  Antonio Guerrero Aguilar/ Esa costumbre tan “regia” de olvidar las cosas: “si ya pasaron, no volverán a pasar…” tienden a decir. Los accidentes ocurren y no avisan, aún y con previsiones, simplemente suceden. Les voy a contar algo de la llamada “Casa Verde”, situada casi en medio del río Santa Catarina. El último desbordamiento sucedió en 1882. Pasaron dos décadas y muchos pensaron que ya no regresarían las fatalidades. Entonces comenzaron a ganarle terreno al cauce, abriendo unas dos o tres calles hacia el sur, hagan de cuenta donde ahora están las avenidas y las gazas de interconexión, entre las colonias Independencia, Nuevo Repueblo y el barrio de la catedral. Precisamente en la esquina de Diego de Montemayor y Dr. González, levantaron una finca llamada “Casa Verde”. De acuerdo a testimonios de aquel tiempo: muy grande, con agradable aspecto, fuertes muros y amueblada dispuesta de muchas comodidades, propiedad de una señorita de nombre Victoriana, conocida por su buena posición

La casa del doctor Gonzalitos

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Antonio Guerrero Aguilar/ ¿Dónde tenía su residencia el doctor José Eleuterio González? Para muchos, las aulas del Colegio Civil y de la Escuela de Medicina, los consultorios y los quirófanos del Hospital Civil, para otros; las casas que visitaba para realizar consultas, después de tanto ajetreo diario. A su llegada a Monterrey, dormía en el hospital de nuestra Señora del Rosario, a veces en alguna celda del convento. Pero el casado casa quiere, dicen; entonces debió buscar un domicilio en el cual podía formar familia y hogar.   El destino, Arista y Carmelita le jugaron mal. Pero hubo una sede en donde seguramente pasaba las horas escribiendo, más o menos dormía, guardaba sus más preciados documentos, plantas, fotos, aquello que le daban los alumnos como sus pacientes. Porque llegaba de su trabajo habitual, para salir a recorrer a sus enfermos. A veces a pie y a veces en carruaje, según la distancia. Cuando tenía enfrente a los enfermos les soltaba: “¿Qué te pasa, criatura?”. Pero

La casa de Jerónimo Treviño

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Antonio Guerrero Aguilar/ En 1890, Alfredo Giles, le diseñó y participó en la hechura de una bella mansión situada en la esquina de Isaac Garza y Emilio Carranza. Perteneció al general Jerónimo Treviño Leal, un valeroso militar que participó desde la anexión a Coahuila de parte de Vidaurri, la guerra de Reforma, la intervención francesa, el segundo imperio, las revoluciones de La Noria y Tuxtepec, incluso hasta el Sitio de Monterrey en 1913. Hasta visitantes distinguidos tuvo, como lo fueron los entonces presidentes Porfirio Díaz y Manuel González. Con decirles, que el 9 de enero de 1913, se presentó Venustiano Carranza, para ofrecerle el liderazgo del movimiento constitucionalista contra Victoriano Huerta. Don Jerónimo rechazó el ofrecimiento, alegó enfermedades y achaques propios de un militar que se hizo en campañas heroicas. Un importante sector económico y militar lo vieron como un serio aspirante a quedar en la presidencia de la República y el viejo (tal vez pensando más en s

Las casonas como sacramentos de la memoria

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Antonio Guerrero Aguilar/ El patrimonio cultural es el vínculo entre los seres humanos y los objetos, así como del contexto en el que uno vive. Es la memoria recuperada, porque con ellas, se significan y representan muchas realidades y emociones. ¿Cómo se plasma esa esencia, cuando refiere esa relación como apego e identidad? En términos de encuentro, a través de un lenguaje, no necesariamente descriptivo sino evocador: se narra un hecho, lo llama, y en consecuencia lo atrae. Lo actualiza y le añade una cualidad, todo con la intención de no caer en el olvido ni se pierden las cosas en la vorágine de la modernidad. Por la inherencia de las cosas, evocamos al pasado y al futuro, que son vividos en un presente, porque todo siempre implica a la persona con los muebles y utensilios. En el caso de las casas, donde lo antiguo que a duras penas prevalece, a lo mejor no tienen una historia relevante que contar, pero si contienen vivencias. En ellas, los moradores de otras épocas dejaron par