Las casonas de Alfonso Reyes
Antonio Guerrero Aguilar/
Monterrey se siente orgullosa de ser la cuna de un gran
intelectual mexicano, llamado Alfonso Reyes: tres importantes avenidas, unos
cuatro conjuntos escultóricos con sus respectivas placas alusivas, una insigne
biblioteca denominada “Capilla Alfonsina” y todo buen intelectual, presume ser
conocedor de su vasta obra impresa. El “regiomontano universal” o “Alfonso de
Monterrey”, nació un 17 de mayo de 1889, hijo del entonces gobernador y
comandante militar de Nuevo León, el general Bernardo Reyes y de la señora
Aurelia Ochoa. Llegaron procedentes de Guadalajara, con la intención de
apaciguar a nuestra entidad envuelta en pugnas políticas confrontadas por
Lázaro Garza Ayala y Genaro Garza García.
A través de sus escritos, sabemos que vivió en tres
casas: dónde nació “en la casa de la calle Bolívar No. 7, frente a la plazuela
del mismo nombre. Luego la familia se trasladó a la casa cercana a la plaza de
Degollado y otra situada en el Cerro del Mirador donde pasaba sus vacaciones de
verano. A la distancia, recuerda con nostalgia su primera morada en donde vio
la luz: “arrojado de mi primer centro, me sentí extraño en todas partes. Lloro
la ausencia de mi casa infantil con un sentimiento de peregrinación, con un
cansancio de jornada sin término”.
El segundo hogar, estaba en la Calle Real, hoy Hidalgo,
en la acera sur entre las calles de los Arquitos y del Hospital (hoy Garibaldi
y Cuauhtémoc respectivamente) a pocos metros al oriente del templo de San Luis
Gonzaga. La obra fue realizada por el arquitecto Tiburcio Reyna, con una arquitectura
típica española, cubierta con muros de sillar, de una planta, con patio central
adornado con esculturas y al extremo sur del predio contaba con un traspatio.
Paradojas del destino: tras la muerte del general Reyes en la “Decena Trágica”
la familia la vendió a Ernesto Madero Farías, tío del prócer asesinado por ese
tiempo.
En enero de 1915 fue ocupada por las tropas villistas al
mando del general Felipe Ángeles y después habitada por el general Manuel
García Vigil, quien apenas la habitó unos meses. A finales de 1916 es
desalojada la casa y cae en abandono. En 1966 fue comprada por el Banco
Mercantil del Norte y en diciembre de ese año, empezó su demolición.
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