La casa del doctor Gonzalitos

Antonio Guerrero Aguilar/

¿Dónde tenía su residencia el doctor José Eleuterio González? Para muchos, las aulas del Colegio Civil y de la Escuela de Medicina, los consultorios y los quirófanos del Hospital Civil, para otros; las casas que visitaba para realizar consultas, después de tanto ajetreo diario. A su llegada a Monterrey, dormía en el hospital de nuestra Señora del Rosario, a veces en alguna celda del convento. Pero el casado casa quiere, dicen; entonces debió buscar un domicilio en el cual podía formar familia y hogar.  El destino, Arista y Carmelita le jugaron mal.

Pero hubo una sede en donde seguramente pasaba las horas escribiendo, más o menos dormía, guardaba sus más preciados documentos, plantas, fotos, aquello que le daban los alumnos como sus pacientes. Porque llegaba de su trabajo habitual, para salir a recorrer a sus enfermos. A veces a pie y a veces en carruaje, según la distancia. Cuando tenía enfrente a los enfermos les soltaba: “¿Qué te pasa, criatura?”. Pero no dejó de visitarlos. Sus últimos días casi ciego, por eso cuentan que cerraba los ojos o miraba hacia el techo, mientras auscultaba a sus pacientes.



El falleció el 4 de abril de 1888. Antes de dictar su testamento, reconoció: “Todo Monterrey sabe que yo nunca he cobrado nada, que todo lo que tengo ha sido por regalos y donaciones que me han hecho” y, como buen benefactor, estipuló que su patrimonio fuera vendido para destinar esos recursos al Hospital Civil y a la Escuela de Medicina. La casa situada en la acera oriente por Doctor Coss, entre Matamoros y Padre Mier, pasó a otros propietarios. Cuando hicieron la Gran Plaza, esa parte no sería afectada, pero su dueño pensando que la podían convertir en un centro cultural, prefirió tirarla. El nido y nicho de Gonzalitos pasó a la posteridad, víctima del mal social que padecemos: no queremos ni cuidamos el patrimonio. Ahora es un estacionamiento.

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