La Casa Verde

 Antonio Guerrero Aguilar/


Esa costumbre tan “regia” de olvidar las cosas: “si ya pasaron, no volverán a pasar…” tienden a decir. Los accidentes ocurren y no avisan, aún y con previsiones, simplemente suceden. Les voy a contar algo de la llamada “Casa Verde”, situada casi en medio del río Santa Catarina. El último desbordamiento sucedió en 1882. Pasaron dos décadas y muchos pensaron que ya no regresarían las fatalidades. Entonces comenzaron a ganarle terreno al cauce, abriendo unas dos o tres calles hacia el sur, hagan de cuenta donde ahora están las avenidas y las gazas de interconexión, entre las colonias Independencia, Nuevo Repueblo y el barrio de la catedral. Precisamente en la esquina de Diego de Montemayor y Dr. González, levantaron una finca llamada “Casa Verde”. De acuerdo a testimonios de aquel tiempo: muy grande, con agradable aspecto, fuertes muros y amueblada dispuesta de muchas comodidades, propiedad de una señorita de nombre Victoriana, conocida por su buena posición económica. Ella tenía dos hermanos sacerdotes: Patricio y Joaquín Guerra Cantú.



Les advirtieron que un día, podía bajar el torrente por entre la sierra. Entonces, previniendo tal riesgo, hicieron una sólida cimentación, un basamento de piedra de rostro y encima unos gruesos sillares. Como los muros estaban pintados de verde obscuro, todos le conocían así. Cuando comenzaron las lluvias a fines de septiembre de 1909, todos los vecinos acudieron a buscar refugio. Pensaban que por estar en un sitio elevado como alejado del barranco, podían soportar los embates del torrente. Llegaron 300 persona y según otros, cerca de 400, quienes se distribuyeron en los pasillos, patios y azoteas. Creció el cauce y su fuerza también. Desde ambas bandas les gritaban que se fueran. No lo hicieron y comenzaron a brindarles ayuda. Pero no la aceptaron, apoyándose en las palabras de los dos clérigos. En todo momento, trataban de reconfortarlos: “Dios nos ayudará, el río no puede hacernos daño” y se pusieron a rezar. Así permanecieron por varias horas, hasta que la corriente comenzó a dañar la cimentación y luego los muros, llevándose a todos los que levantaban las manos al cielo, implorando que el rio de los ancestros no les hiciera daño. A lo lejos, el padre Heleno Salazar, los despidió, invocando el descanso eterno de todos ellos…




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