Las banquetas sin pisar y sin andares...

 Antonio Guerrero Aguilar/



Precisamente es algo que nos distingue: en lugar de caminar por las banquetas lo hacemos por la calle. Se complica subir, porque las banquetas son muy altas, porque cuando llueve las calles se convierten en ríos. Son angostas, repletas de postes, plantas como jardineras o cosas que se dejan a la basura y nunca se las llevan. Entonces ahí se quedan como testigo a la posteridad. No se diga si tienen construcción, todo el material como escombro, permanecen hasta que se dan cuenta que afectan la movilidad. Para muchos, las banquetas son como la segunda piel de la ciudad, el espacio entre lo íntimo y lo público, la casa y la calle. Es la ruta vital para quienes van y vienen. Aunque estáticas, representan algo dinámico y continuo. Si alguien se quedaba en la acera, es porque se ponía a descansar y tomar el fresco después de “la calor” del día. Para mí, sirven para caminar no para estar, excepto por los dueños, que tienen la obligación de mantenerlas en buen estado, barrerlas y “regarlas” a la usanza antigua.



Es una continuación del hogar, y por razones administrativas, es de todos, de unos como de nadie. Vaya paradoja. Senderos para dar movilidad y seguridad del peatón. Muchos ven a la ciudad por sus edificios. Otros por sus casas y sus monumentos de gloria “que velan su andar”. Como verán, la ciudad se aprecia mejor a través de ella. Las palabras conllevan su significado: es un banco alargado y corrido, sin respaldo. Es la acera, la orilla que se distingue por los poyos y el borde. Aunque insignificantes como necesarias, ahora les da por hacerlas extensas y roban espacio a los vehículos. Al fin de cuentas, están hechas para todo, menos para el peatón y afectar la vialidad. Costumbre en desuso: caminar por la calle y no por banqueta, usada para sentarse y “mirujear” a quien pasa…




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