Las banquetas protectoras y primarias de un hogar

Antonio Guerrero Aguilar/

La palabra estructura, viene del latín “struere” que significa amontonar, apilar piedras de forma ordenada y pegarlas con argamasa, hecha con cal, arena, agua y penca de nopal para darle el punto deseado. Entonces sirven para dar soporte a las casonas. En el plano simbólico, lo íntimo, reforzado con las pisadas y las voces, las mantienen altas como erguidas. No cabe duda, que las ciudades destruyen las costumbres, como bien lo apuntó el gran José Alfredo Jiménez.



Las casas antiguas no tenían cimentación. Roca sobre roca, adobe tras adobe iban levantando los muros hasta dejarlos a buena altura. Precisamente los techos servían para dar consistencia a las construcciones, por eso cuando las moradas se deshabitaban, al caer las vigas comienza el proceso de arruinado. Alguien comparó a ese “entramado sin importancia”, repleto de morillos y terrados, como aquello que sostenía el universo de cada quien bajo un techo. Pero debían darle solidez a la parte baja, colocando contrafuertes, pollos y banquetas. Cuando uno ve una edificación añosa, surgen varias interrogantes: las vivencias que quedaron marcadas en sus muros y fachadas, las formas que brindaron abrigo como espacio y una lectura de materiales habidos y mostrados como enrejados, portones, ventanas, aldabas y suelos. Todo enmarcado en una vida exterior, social y comunitaria.

Por eso lo que hicieron con el mal llamado “barrio antiguo” y ahora en el casco de San Pedro, proponen la desaparición de la suma de memorias y sucesos. La traza urbana de ahí es esencial como usual: todas las calles vienen en bajada, intercaladas por cuatro acequias ahora convertidas en callejones y unas calles que honraban a la Independencia, Libertad y Reforma, a las que se añadieron otras como Porfirio Díaz y el camino viejo que honraron la memoria del Ulises Criollo. Es la conjunción de dos grandes personajes en el siglo XIX: los insignes Miguel F. Martínez y Leónides Mier. Luego la obra de don Humberto, doña Norma, don Enrique, don Alejandro y hasta de Mauricio. Hicieron adecuaciones sobre unos referentes, como las dos plazas, el panteón, el templo y el palacio municipal. Ahora proponen una especie de distrito, cuyos ejes serán lo que dicen fue una capilla, el repartidero de las acequias y el museo. No se dan cuenta que las famosas banquetas anchas, van a propiciar el ambiente para otros, pero no para quienes ahí residen. Las calles serán convertidas en arroyuelos y todo quedará en una escenografía vana como artificial. Al quitarlas, recuerdo un verso:

Un duro pedazo de silencio

cae sobre la banqueta indefensa:

trozos fragmentos partículas mínimas galaxias

lastiman la partida raíz de las jacarandas...

(Saúl Irbargoyen)

 

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