La banqueta se respeta…
Antonio Guerrero Aguilar/
Esa costumbre tan reinera y norestense, de sentarse en
las banquetas y afuera de la puerta en las tardes calurosas del verano, cuando
comienza a “pardear” el día. Hay documentos que mencionan ese hábito desde hace
unos 300 años. A veces sacaban sillas, bancos, mecedoras y si no las tenían para
presumir a los transeúntes, se colocaba en un cuero en la banqueta o en los
“poyos” que se hacían. Por ejemplo, Israel Cavazos nos habla de un sastre
llamado Nicolás de Osuna, que junto con su mujer Juana Guerrero “estaban
sentados a la puerta, en un cuero” el 19 de junio de 1664, cuando sufrieron un
acto delictivo.
Muchos de nuestros pueblos tenían banquetas muy altas,
porque cada vez que llovía, corrían los torrentes por los callejones y las
calles terregosas. Las personas ahí se podían quedar hasta que les llegaba el
sueño. Cenaban y se salían la a platicar con los vecinos o entre los mismos. Y
si hacía tanto calor, dejaban las puertas abiertas y las cosas afuera de la
casa, sin peligro de que alguien se las llevara.
En enero de 1829, arribó la “Comisión de Límites” al
mando de Manuel Mier y Terán, formada por ilustres científicos y militares,
como Berlandier, Chovell, Constantino de Tárnava entre otros más. Fueron a
medir terrenos y a poner paz en el territorio de Texas. Hacía frío, pero se
asombraron de lo que vieron y anoto en consecuencia: “Monterrey, ciudad y
capital de Nuevo León, está situada al pie de la sierra y a la extremidad
noroeste de un inmenso valle. Su extensión es bastante considerable, pero su
población asciende apenas a 12 mil habitantes. Sus calles por lo regular se
cortan en ángulos rectos muy mal empedrados, no siempre rectas y adornados con
muy malas banquetas”. Pasado el tiempo, las hicieron mejor, pero casi nunca las
usaron.
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