Las banquetas sustentables como neoliberales

Antonio Guerrero Aguilar/ 



“En el filo de la banqueta se piensa más hondo, no sé por qué…” es el epígrafe que da comienzo a una narración escrita por Ramiro Garza en su libro “Solar poniente”. Yo lo hice preferentemente en las tardes otoñales. Iba al pueblo de García, me sentaba para imaginar y para no olvidar. Por muchos años, tuve una banqueta afuera de la casa, a la cual llegaban los novios y sin querer me daba cuenta de lo que decían. Las conozco y valoro, por eso comparo las de antes, las de mis tiempos y las que hacen por ejemplo en San Pedro Garza García, Monterrey, incluso en el “Paseo Capital” de Saltillo del alma. No me gustan y les voy a decir por qué, aunque se levanten los sustentables “Atilas” destructivos. Las aceras, representan el deseo ferviente de permanencia a través de los años. Por eso les ponemos fechas, iniciales, huellas de manos, de zapatos y hasta de patitas de animales que se portan como nahuales para inaugurarlas.

Los muros de las casas antiguas, se apoyaban en troncos de árboles para darle consistencia. Luego colocaban piedras, adobes o sillares formando las paredes. Luego cubrían el espacio entre la casa y la calle. Así nacieron las banquetas. Las moradas viejas no tienen cimientos, lo que las fortalece para no caer, son las banquetas y los techos. Lo vi en mi parroquia de Santa Catarina en 1984, cuando quitaron un contrafuerte corrido que usábamos para sentarnos: el techo no aguantó y desplomó. Al abandonarlas, dejan de sentir el calor. Las vigas y los morillos, en cierta forma absorben vivencias, calores y recuerdos. Al no tenerlos bajo su amparo, se dañan, se desmoronan, los muros se agrietan y colapsan. Hay una especie de intuición estructural que los antiguos constructores sabían.

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