La ciudad en medio del saqueo
Antonio Guerrero Aguilar/
Llegaron los
carrancistas y por fin se hicieron del control de la ciudad. Eran los
regimientos al mando de los lampacenses Antonio I. Villarreal y Pablo González,
repleto de hombres procedentes del centro de Coahuila como del centro, norte y
oriente de Nuevo León. Ya en octubre de 1913 intentaron el asalto, pero no
pudieron. Es cuando se habla de la otra batalla de Monterrey y de la “Toma de
la Cervecería” por aquello de que se pasaron la noche en la planta y se tomaron
todo el producto. Nomás a ellos se les ocurrió presentarse así para el asedio
de la ciudad. Fueron barridos, masacrados y expulsados. Pero el regreso tenía
aire de reivindicación y lo hicieron. En abril de 1914 tuvieron decisiones y
libertad total, a nombre del mando constitucionalista y una de ellas, fue la de
entrar a los templos con todo y caballos, agarrar a los “santitos” y las
vírgenes, sacarlas, pasearlas, fusilarlas y pescarlas a mazazos. Como allá en
Cerralvo donde lazaron al Cristo de capilla y lo aventaron a la noria.
En otros
pueblos prefirieron ocultarlos bajo tierra. Las bancas y los confesionarios,
debían ser quemados, junto con todo aquello que alguna vez representó la piedad
popular y los ritos litúrgicos como sacramentales. Sin querer, hicieron un
holocausto y lo ofrendaron al cielo. Para muchos, un acto de barbarie, de
intolerancia religiosa, de vengar las afrentas y retos que la Iglesia hizo
durante el porfiriato. Ellos pensaron que se trataba de un acto de justicia
social, así como un medio para acceder a la modernidad como al progreso. El
convento fue la principal víctima y lo quitaron sin importar su legado como
historia. He aquí los confesionarios que fueron convertidos en cenizas.
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