Altivo y orgulloso: el Obispado de Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/

 


¿Por qué los de la Junta Arqueófila, eligieron al palacio episcopal de Nuestra Señora de Guadalupe como emblema de su existencia? Seguramente por su posición, su antigüedad, la referencia esencial de la fundación de la mitra y la llegada de los primeros prelados que dejaron e influyeron en el mejoramiento tanto espiritual como material de los reineros. Decía Xavier Mendirichaga, que el 16 de abril de 1790, terminaron el edificio, sede del obispo fray Rafael José Verger, por eso llamado del Obispado. Hay muchas cosas respecto a éste monumento: fue levantado en una loma cuyo propietario era un vecino llamado José Vera. Se hizo con aportes y recursos del obispo, en un periodo donde no había trabajo debido a una sequía. La cúpula se concluyó hasta principios del siglo XIX. Sus muros y arcos, así como alrededores, están repletos de leyendas, como la del túnel que llega hasta la catedral. 


Ahí murió el obispo el 5 de julio de 1790 y un velador de apellido Góngora, paisano de Santa Catarina, contaba que se podía ver su fantasma recorriendo el patio central, provocando la hilaridad de don Felipe García Campuzano, quien tanto quiso y cuidó al edificio. También fue un tugurio administrado por un senador entre 1928 y 1930, paraje propicio para los enamorados, por eso “es obispado de día y París de noche” y “noviazgo regiomontano que no ha pasado toda una tarde en el sitio, no es noviazgo regiomontano”, entre muchas cosas más. Uno de los tres monumentos coloniales que nos quedan, junto con la catedral y la casa del campesino, posiblemente el más conocido y que afortunadamente aún se mantiene altivo y orgulloso en el paisaje de Monterrey, aunque afectado por tanto edificio grandote que permitieron en el sector y nos impide verlo en todo su esplendor…

 

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