Lo que el viento a Juárez...

Antonio Guerrero Aguilar/

Para algunos investigadores revisionistas de nuestra memoria e identidad nacional, la historia centrada en homenajes se relaciona con la llamada “historia de bronce”, puesta como contra parte de la historia crítica. Para Luis González y González, la de pedestales y estatuas, mantiene su prestigio como guía moral, maestra del pundonor nacional y faro de todo buen gobierno. En consecuencia, los historiadores se convierten en una especie de pedagogos sociales que ponen a los hombres y mujeres como ejemplo a seguir. Entonces el calendario cívico nos pone vidas a imitar, tan dignas que algún día; harán que todo niño mexicano pueda recibir alguna condecoración cívica, que resalte nuestros méritos ciudadanos ejemplares al servicio de los demás y de la patria. Por eso, personajes como Hidalgo, Allende, Ocampo y la pléyade de hombres de la Revolución, aunque hayan cometido errores se les perdonan, pues murieron por la patria.



De todos, sobresale uno, el benemérito de la patria. Su obra es un legado, una evocación a su conducta para la reforma de nuestras costumbres. Su nombre se ha utilizado para registrar nueve mil 759 calles en todo el país y es el más usado para nombrar vías públicas en Oaxaca y Quintana Roo. Innumerables municipios lo honran, hasta cuatro universidades públicas tienen su apellido: la de Ciudad Juárez, las autónomas de Oaxaca y Tabasco y la de Durango. Sus bustos y monumentos seguramente están por doquier, a lo largo y ancho del territorio nacional que tanto lo honra y lo pone como el “héroe” más importante de nuestra historia.

Santa Catarina no es la excepción: la cabecera, La Fama y la Huasteca tienen calles en su honor, hay al menos cuatro escuelas primarias con su apellido y otro tanto de bustos que lo ponen altivo y orgulloso a la vista de todos.  Un 21 de marzo de 1959, don Eulogio de Luna Ayala inauguró el monumento que vemos. Cada inicio de la primavera, las fuerzas vivas del sindicato textil y las escuelas iban y lo salutaban, pero después todos iban y lo golpeaban, tan es así que no tenía nariz y para rellenarla usaron plastilina de color café. Un día de 1990, un auto lo golpeó, tirando al insigne al piso y para resarcir el daño, su efigie fue a parar a la plaza principal de ahí.

Pero en otras partes se cuecen habas: en la plaza principal de San Pedro Garza García lo trajearon con colores raros, en San Nicolás de los Garza lo pintaron de verde, lo atacan durante las marchas y manifestaciones frente al palacio de cantera. En Bustamante de plano lo bajaron de su pedestal para alabar a San Miguel Arcángel. “Ay, Juárez no debió morir, porque si no hubiera muerto, seguramente estuviera vivo…” dice la estrofa del danzón.

 

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