El deterioro de un signo: el obelisco sin agua

 Antonio Guerrero Aguilar/


Tras el nacimiento de un infante, nuestras madres, abuelas o matronas disponían el rito de guardar el ombligo, para lo cual debía ser enterrado en el solar materno. Hacían un pozo y ahí depositaban el cordón umbilical. Entre más profundo estuviera, más arraigo y apego a la casa de parte del recién nacido. Para mí, ese paraje alaba el retorno fundacional de la gran ciudad, porque al margen del paraje elegido por del Canto, Carvajal o Montemayor, representa el vínculo entre natura y cultura, origen como espacio. Lo extraño: no señala su intención como la ubicación, tan solo una rotonda, en cuyo alrededor se venden tacos de barbacoa, se paguen servicios de agua, se compren instrumentos musicales y lleguen camiones de diversos rumbos.



Tras las fiestas del 350 aniversario, se quedó pendiente un memorial: para unos en el gran Ojo de Agua o por donde emanaba y se reunían los torrentes. El 30 de mayo de 1957, le pidieron ayuda a la Fundidora de Fierro y Acero, para surtir el material para la construcción del monumento conmemorativo de la Fundación de Monterrey. Luego el insigne don Eugenio Garza Sada, donó 15 mil pesos, mientras la Compañía de Luz, entregó un transformador y la supervisión técnica del alumbrado, presupuestado en 45 mil pesos, cubiertos por el Gobierno del Estado al mando del sabio Rangel Frías. El monumento fue revestido de piedra, en la cual invirtieron 58 mil pesos. La última etapa, estuvo a cargo de la Facultad de Arquitectura de la entonces Universidad de Nuevo León, incluyendo su ornato, jardines y la fuente. Una vez concluida, fue inaugurada el 20 de septiembre de 1957. Luego llegaron las ampliaciones de Cuauhtémoc, Pino Suárez y Juan Ignacio Ramón. Lo último que quedaba del Santa Lucía quedó urbanizado, en medio del concreto y el pavimento…




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