Don Mariano y sus monumentos
Antonio Guerrero Aguilar/
El 22 de mayo de
1902, falleció en Tacubaya, conocida como la “Ciudad de los Mártires”, el
ilustre general, el héroe de Santa Gertrudis en 1866 y del Sitio de Querétaro
en 1867. Nacido en el valle de San Pablo de los Labradores, actual Galeana en
1826. Ingresó en la Guardia Nacional, con la que participó en la guerra contra
Estados Unidos en 1846. Entre 1854 y 1855 estuvo a las órdenes de Santiago
Vidaurri. Fiel al gobierno liberal republicano, junto con Zaragoza y Aramberri,
pelearon contra la intervención francesa.
El 15 de mayo de
1867 tuvo la rendición del emperador Maximiliano, que fue condenado a muerte
junto a sus generales Miramón y Mejía. Durante el mandato presidencial de
Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), fue nombrado senador y ministro de la
Guerra. También fue gobernador de San Luis Potosí (1869-1873). En 1877 luchó
contra Porfirio Díaz, por el derrocamiento a Lerdo de Tejada.
Derrotado,
padeció el exilio. En 1881 regresó a México para dedicarse a sus negocios. En
tiempos de don Porfirio, una publicación hizo una encuesta para determinar cuál
militar mexicano había dado más glorias a la Patria y ganó Escobedo. A su
muerte, le hicieron honores como ministro de Guerra y lo inhumaron en la
Rotonda de los Hombres Ilustres. Cinco estados y muchas municipalidades le
nombraron “Hijo predilecto”. Desde el 24 de febrero de 1868, le habían puesto
Villa de General Escobedo a la hacienda del Topo de los Ayala.
Pronto su nombre
fue elevado al sitial de los héroes. En 1912 Francisco I. Madero mandó ponerlos
con letras de oro, en el salón del Honorable Congreso de la Unión y lo declaró
“Benemérito de la Patria”. Hay muchas escuelas, avenidas, un aeropuerto que
recuerdan al héroe de la República Restaurada.
Un periódico de
la localidad llamado “La Defensa”, propuso la hechura de un monumento a quien
derrotó a sangre y fuego al último reducto del Imperio de Maximiliano el 15 de
mayo de 1867. Se hizo un comité formado por Jerónimo Treviño, Lázaro Garza
Ayala, Enrique Gorostieta y Francisco de Paula Morales, quienes se abocaron a
la reunión de voluntades como de donativos. Por alguna razón, tardaron 15 años,
de no ser porque el banco que tenía los fondos, les avisó de que ahí tenían
cierta cantidad considerable. Siendo gobernador don Nicéforo Zambrano
(1917-1919), se convocó de nueva cuenta al concurso y los escultores Miguel
Giacomino, Antonio Decanini y Roque Garza presentaron sus propuestas.
El jurado
integrado por Gilberto Serrato Ábrego, Francisco Beltrán y Roberto Gayol, se
decidió por el del primero y es cuando regresaron los problemas. Personajes
rejegos, testarudos como escrupulosos entraron al juego, desde gobernantes
(cuatro), prensa, alcaldes, jurados, policías, ladrones y escultores. La
primera piedra la colocaron el 15 de mayo de 1919 en el cruce de Madero y
Zaragoza. Hasta 1922, siendo gobernador don Ramiro Tamez, se pudo develar en un
acto público que casi pasó desapercibido. Pero el conjunto escultórico mantenía
rasgos esenciales: al frente estaba una placa de mármol alusiva al monumento y
a los lados unas de bronce que representaban el Sitio de Querétaro. Lo
levantaron con bloques de cantera potosina y alcanzaba los cinco metros de
altura. Como sucede en estas tierras, salió disgustado un valiente patriota
cívico, porque decía que no correspondía a la dignidad de don Mariano. Otra vez
todos opinaron para mal: no les gustó por el sitio, que por ahí pasaba el
tranvía, que los materiales usados, los gastos, el cambio de escultor a favor
de Decanini, qué si era de bronce y la hicieron de cemento, con colores
chillantes, el punto estorbaba el tránsito vehicular, los accidentes de autos,
el robo de piezas, no se parecía a don Mariano. Total, los trabajos del
pavimento fueron la excusa, para otros, se la iban a llevar a la plaza de Santa
Isabel. El 26 de marzo de 1928, una grúa de la fundidora lo bajó, al cargarlo
se cayó y así se rompieron 26 años de homenaje hacia el prohombre que llamaron
“el general orejón ese”.
Efectivamente,
cierto gobernador de Nuevo León, perteneciente al periodo más convulsionado por
las rivalidades partidistas y la lucha del poder, mandó colocar éste conjunto
escultórico dedicado al general Mariano Escobedo de la Peña, realizado por
Miguel Giacomino. Don Carlos Pérez Maldonado refiere que durante el mes de
marzo de 1928, los del republicano ayuntamiento de Monterrey mandaron
pavimentar la calzada y para ello debían quitar las piezas y colocarlas en otra
parte. Cuando estaban haciendo los trabajos, una grúa levantó al caballo con
unas bandas que no aguantaron el peso y se cayó, quedando tan solo fragmentos
de tan importante obra. Se perdió este monumento porque decían que al
gobernador no le gustaba, ¿cómo la ven?
Como estarían las
cosas, que muchos vecinos señalaron que debían hacer otro monumento a don
Mariano Escobedo con el proyecto original de Giacomino. No lo querían y se les
hizo ver su caída como destrucción el 26 de marzo de 1928. Diez años después,
las fuerzas vivas convencieron al señor alcalde de Monterrey don Félix González
Salinas (1946-1948), para restituir la obra perdida. Eran tiempos de don Arturo
B. de la Garza y no escatimaron para contratar al escultor Guillermo Ruiz,
quien había concluido al monumento a Morelos en la isla de Janitzio en
Michoacán. En 1948 instaló su taller en la escuela Álvaro Obregón y por alguna
circunstancia, tuvo problemas con la tríada de historiadores más influyentes en
ese tiempo: Santiago Roel, Carlos Pérez-Maldonado y Pepe Saldaña. Estos le
criticaron cómo iba quedando: que si la barba de don Mariano, que no se
parecía, que el pescuezo del caballo, la actitud de la mano, cosas de esas. El
artista para vengarse de los ataques, colocó debajo de una de las patas
delanteras a tres cabezas de serpientes, a punto de ser aplastadas por el
equino. Nombre, la que se hizo.
Los estudiosos de
la historia regional se sintieron aludidos. Ruiz argumentó que no iba a modificar
su trabajo, nomás por críticas de ciudadanos como de la prensa regiomontana y
se defendió al decir que las víboras eran Maximiliano, Miramón y Mejía. Por fin
la terminó y el cabildo decidió inaugurarla en la plaza de la República, entre
ambos palacios, el 5 de mayo de 1949, precisamente el día de la batalla de
Puebla y de don Ignacio Zaragoza enfrente del palacio municipal. La ceremonia
fue deslucida, de no ser por una banda de guerra que amenizó el evento y por
unos monaguillos que hicieron tañer las campanas del Sagrado Corazón. El
monumento estuvo ahí, encima de la biblioteca universitaria, hasta que don
Alfonso mandó hacer su gran plaza. Creo que a don Mariano se lo llevaron a la
plaza principal de Escobedo. Finalmente quitaron las serpientes, Como bien dijo
Séneca: “Ingrato es quien niega el beneficio recibido; ingrato, quien no lo
restituye; pero de todos, el más ingrato es quien lo olvida”.
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