Conmemorando adobes y sillares rotos
Antonio Guerrero Aguilar/
Ya
viene el día del Patrimonio de Nuevo León. Entonces, la mayoría de las
instituciones convocantes proponen una serie de actividades, enfocadas
principalmente a manifestaciones artísticas y de cultura popular; con la
intención de ostentar lo que les queda, y por ende les causa orgullo
presentarlo ante los demás. Por patrimonio entendemos todo legado que las
generaciones van dejando a los que vienen. Puede ser considerado de distintas
formas: económicos, de valores intrínsecos como extrínsecos, modos de vida, así
los aspectos tangibles como intangibles. Pasa un año y todo pasa a recuerdos
como recuentos.
Mientras
que el patrimonio de Nuevo León, va sufriendo daños irreparables como
irreversibles. El más afectado a mi juicio, comprende desde casas y
edificaciones que nos hablan de la vida cotidiana de quienes nos precedieron.
Aunque ya no están, siguen dando muestras de conceptos de carácter integral,
respecto a su concepto que tenían la realidad. Me gustan las palabras de
Charles Le Corbusier: “Los valores arquitectónicos deben ser salvaguardados
(edificios aislados o conjuntos urbanos). …Esos testimonios preciosos del
pasado serán respetados, en primer lugar, por su valor histórico o sentimental;
también porque algunos de ellos contienen en sí una virtud plástica en la que
se ha incorporado el genio del hombre en el más alto grado de intensidad.
Forman parte del patrimonio humano, y quienes los detentan o están encargados
de su protección tienen la responsabilidad y la obligación de hacer cuanto sea
lícito para transmitir intacta esa noble herencia a los siglos venideros”.
El
patrimonio es la resurrección de las presencias, el puente entre el pasado y lo
actual, es la memoria recuperada…
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