Balnearios, manantiales y charcos

Antonio Guerrero Aguilar/

El agua como el paisaje atraen la visita como la vista de los transeúntes. Es cierto, acudimos a descansar en donde se pueden ver los torrentes como los estanques. La sensación del agua en nuestras manos y pies, así como la melodía al rodar por la acequia, nos da placer como gozo. El centro de la gran ciudad, alguna vez tuvo sus baños y sus albercas; de las cuales, dos fueron reconocidas: las albercas de Allende y Zaragoza y el lago que se formaba entre las dos presas. Las primeras funcionaron entre 1897 y 1957 y las otras, cuando fueron canalizadas.



Pero el agua seguía su cauce hasta las Labores Nuevas y las atarjeas hacia Guadalupe, como a Los Nogales, en el actual Parque España. Por lo mismo, en 1934 hicieron una alberca, considerada por su calidad y tamaño como olímpica, vecina de donde estuvo el puente de la Purísima en Juan Ignacio Ramón y Diego de Montemayor. A la gente de Monterrey no le gustó la destrucción de la venerable imagen y como una forma de congraciarse, el alcalde Plutarco Elías Calles, dispuso de los patios de la escuela primaria Lázaro Garza Ayala. 

Pronto ganó la fama de sitio de convivencia, donde lo mismo los alumnos y los deportistas pudieron ejercitarse. Los fines de semana se organizaron fiestas y reuniones, aprovechando el entorno que aún era prodigioso en verdor y humedad. Los accidentes y riesgos son inevitables, así como gradualmente, se fue poblando el sector y el líquido se destinó para el uso público como particular de los vecinos. Taparon las instalaciones y quedó en patio de escuela y ahora, sede de un museo de historia regional.

Al apreciar la imagen, llegan los versos de la poeta Iveth Luna Flores:

Aprovecho para rememorar

que antes yo vivía en un balneario

atestado de niños,

pies descalzos brincando

rumbo a una playa artificial,

había copas de árboles

y mantos acuíferos,

pero con los años

nos bombearon el agua de los ojos

para que no pudiéramos llorar...

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