¡Alberto!, ¡Alberto!, ¿Dónde estás?

Antonio Guerrero Aguilar/

En la sangre de muchos, en el carácter de otro tanto… Nos dicen que no debemos considerarlo ni recordarlo. Fue bandolero, desobediente, que se movía de acuerdo a sus intereses y para su beneficio entre la Nueva Galicia, la Nueva Vizcaya como del Nuevo Reino de León. Dado a fundar pueblos, entre indios que estaban ya pacificados, a los que prendió, esclavizó y vendió, y cometió también otros delitos. Aventurero, mujeriego, mancornador, traidor, apodado “Alberto del Diablo” allá en Saltillo, dado a realizar bromas chuscas como pesadas, a disfrazarse de fantasma y asustar por los callejones obscuros, embustero, alborotador y rebelde. Alegre como irreverente, además de valeroso y buen domador de caballos. Los biógrafos y parientes, lo pintan güero y de buen porte, descendiente de uno de los miembros del ducado de Kent, que se casó en Portugal y en consecuencia, modificaron el apellido para quedar como Alberto do Canto y Díaz Viera, nacido en Praia da Vitoria en la Isla Terceira de las Azores del Reino de Portugal, en 1547. Bautizado un día de Santa Lucía en su parroquia natal, por eso tenemos un Santa Lucía aquí en Monterrey.



Compañero y valedor de Diego de Montemayor, se quedó con su esposa y luego con su hija, con quien le dio dos nietos. Acusado de provocar el primer feminicidio del noreste y para rematar, el guía y contraparte de la rivalidad histórica y regional entre Saltillo y Monterrey. Sin embargo, allá no le han dedicado su monumento, mientras aquí, lo hicieron pero sin el realce que merece. En 1996, para las fiestas del cuatricentenario, le pidieron al escultor Salvador Soto Tovar, la hechura de una estatua en bronce, de regular tamaño, hecha en los talleres de Fundidores Artísticos de la Ciudad de México. Lo iban a colocar en el centro del viejo palacio municipal, pero surgieron voces de aquellos que buscan errores y resabios de rencor en el pasado. No le perdonan el agravio: le puso los cuernos a don Diego y no debían estar cerca, sin pensar que muchos tenemos sangre de ambos. Al tatarabuelo lo tienen olvidado, extrañado, sin memoria y sin placas, tan solo alabado por palomas y parejas de enamorados.



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