Y aunque viva prisionero, en mi soledad…
Antonio Guerrero Aguilar/
Las flores también tienen su lenguaje. Nos
indican a través de sus formas y colores tantas cosas de la vida silvestre, en comunión
con la de los seres humanos. Con ellas representamos tanto el cariño y recuerdo
de quien ya partió, así como la negación de la muerte. Con su aroma y colorido,
aminoramos sus efectos y dolores, las dejamos como una ofrenda y su decoración,
impregna nuestros buenos deseos en sufragio del espíritu que dejó la existencia
terrenal. Las colocamos en su aniversario, el día de las madres, del padre como
de los fieles difuntos, asimismo en los días propicios para los arreglos y limpieza de las
lápidas, ermitas y monumentos funerarios. Una flor significa la permanencia de
la vida. Si no se les da el cuidado necesario se marchitan. Entonces, como es
complicado ir a cambiarlas, se recurrió por mucho tiempo a la elaboración de
flores artificiales, primero con papel lustrina de tres colores: el blanco
representa al cielo, el amarillo a la tierra y el morado al luto. Luego se
pasaban en cera y les echaba un poco de escarcha brillosa, para que diera la
impresión de contener el rocío como el fresco de la mañana.
En estos tiempos, el clima del noreste no es
tan propicio para la floricultura y como para quitarlas del jardín, por eso era
común comprar las coronas de flor artificial, envueltas en plástico para que no
se vayan a ensuciar. Con ellas hacían coronas, que tienen la cualidad de
remitirnos a la eternidad, al ciclo que no concluye y da continuidad al plano
material con lo espiritual. Nuevo León se preció de ser alguna vez, el
principal productor de coronas de esa naturaleza. Tiempo después, fueron
suplidas por las flores de plástico y gracias a los invernaderos, se pueden
mantener los pétalos frescos que lo mismo significan afecto, amor, intenciones
buenas como recuerdo a los seres queridos. Por eso los sepulcros sin blanquear,
repletos de floreros y vasijas, permanecen como muestra de lo que un día fue el
finado; tal trofeos para conmemorar hazañas y méritos de ciertos personajes,
pero también para decirle a quien se nos adelantó en el camino, que su legado a
la distancia prevalece.
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