"Pobre corral de muertos..."

Antonio Guerrero Aguilar/

“Entre tapias una cruz distingue tu destino” sentenció hace mucho tiempo Miguel de Unamuno. En cambio para Voltaire, el respeto y el cuidado de un pueblo se refleja en la atención y conservación de nuestros archivos y de nuestros panteones. Le concedo la razón definitivamente. En ellos descansan y están depositadas nuestra memoria e identidad, que tenemos como seres humanos y como pueblo. Somos hijos de la memoria y nosotros somos de la Tierra en la cual nacimos y en la cual morimos. Realidad inevitable y paradójica, pues los panteones alaban la vida y recuerdan a quienes ahí están.



Dicen que las personas realmente mueren cuando ya nadie la recuerda. Pero también se corre el riesgo de no dejarlas ir: aunque nuestros seres queridos ya estén en mejor vida, los lloramos, los retenemos, escribimos peticiones para las misas en descanso eterno de quienes nos antecedieron y nos dieron la vida. Hacemos rosarios, colocamos veladoras y hasta hablamos con ellos. Hay que dejar que "los muertos entierren a sus muertos" (Lc 9,60). Vaya, las lápidas se colocaban como una barrera para evitar que el espíritu del finadito intentara salir de su sepulcro. Luego el sarcófago, nos remite literalmente a “comer carne” dentro de su caja. Lo que sí debemos hacer, es mantener su memoria y ser testigo de ellos para agradecer por el don de la vida y la salud. Para eso tenemos un día para nuestros fieles difuntos, para acudir al panteón a ver a nuestros seres queridos.

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