Mausoleos perdidos y dañados

 Antonio Guerrero Aguilar/



Es lamentable, pero al menos en Monterrey, no tenemos testimonios de arte y cultura funeraria, correspondiente a los siglos XVII, XVIII y XIX, porque los camposantos y panteones fueron destruidos. Los municipios de Nuevo León los tienen, pero en mal estado, debido al poco cuidado atención que les brindan: mueren los deudos, las familias se van y quienes llegan, prefieren quitarlos para darle un nuevo uso al lote, para vender o incluso rentarlo. Con las leyes de Reforma y la disposición de 1859, se prohibió el uso de los atrios como de los templos. En tiempos donde era común padecer viruelas, escarlatinas, cólera “morbus”, la llamada peste del Levante, el sarampión y la calentura miliar. Por eso, los panteones debían permanecer alejados, a 200 metros de la última casa del poblado. Rodeados de altas y gruesas paredes, con tapias de piedras o sillares, decoradas con suficientes árboles y tan solo un acceso, que debía permanecer cerrado desde cuando se mete el Sol hasta el ocaso, para impedir profanaciones o inhumaciones clandestinas. Recomendaban abrir los sepulcros cada cinco años, para evitar los gases dañinos a la salud pública. Si el sepulcro estaba bien tapado, se mantenía seco y sin echarse a perder, debido a que las substancias que se desprenden del cadáver, penetran la tierra; para no contaminar los mantos freáticos o corrientes subterráneas. Cuando ya no cabían más difuntos, tenían la obligación de abrir otro, destruyendo el existente, sin considerar la importancia y relevancia de los mausoleos, tumbas y lápidas que hablaban de las personas que ahí estaban aguardando la llegada del juicio final.

Cuando Caín mató a Abel, lo enterró en un lugar alejado para ocultar el crimen. Moisés exigió que los caminos a los camposantos y los pueblos no se juntaran, por lo tanto, los pintaron de blanco para que todo se dieran cuenta que se trataba de la última morada de alguien que ahí estaba. Luego pusieron lápidas para que el espíritu no se saliera de su ataúd. El sentido de las tumbas y monumentos funerarios, son hechos por el cariño a los deudos, para honrar su memoria y mantener los restos de sus seres queridos. Bien dicen que el honor de un pueblo, pertenece a los muertos, pues los vivos solo lo usufructúan…

Comentarios

Entradas populares de este blog

El recuento del patrimonio cultural de Nuevo León

El sentido y lenguaje de las piedras pintas

Don Mariano y sus monumentos