Las carrozas y la fúnebre melodía
Antonio Guerrero Aguilar/
La escoltamos
en entierro sobre fúnebre carroza
empujado por
corceles de belleza suntuosa
y mis lágrimas
caían aferrado al carruaje,
en sollozos,
que por su nombre, la llamaban…
Identificamos los duelos, cuando vemos las caravanas formadas por automóviles y unas camionetas que llevan los arreglos florales. Al frente va la carroza con el cuerpo a inhumar. Siempre elegante como sobria, en su lentitud demuestra el duelo y la esperanza de la vida eterna. De color negro, aunque también las he visto blancas. ¿De dónde viene esa tradición? Cuando había una batalla, reunían a todos los caídos y los colocaban para quemarlos. Unos envueltos en una sábana o lienzo, colocados en una mesa o tabla. Para su protección, los ponían en cajas de madera, piedra o algún otro material y los cargaban en hombros para llevarlos al sepulcro. Como eran tan pesados, usaron carretas para su traslado, pero no estaban alargadas e inadecuadas, que dejaban expuesto al difunto a los bruscos movimientos, a los cambios de clima, a la intemperie. Así trajeron los restos del señor obispo Ambrosio de Llanos y Valdés para enterrarlo en la Catedral de Monterrey a fines del siglo XVIII. Entonces usaron carretas alargadas protegidas con un techo. Luego los decorados y el ventanal, para que todos vieran que se trataba de un vehículo mortuorio.
Gradualmente se le
añadieron elementos y rasgos distintivos, estiradas por los caballos arreglados
y el cochero también, vestido elegantemente para la ocasión. Originalmente eran
guayines alargados, con tan solo un asiento para el conductor. Predominaba el
color negro, marcos dorados o plateados, con elementos de tono marfil fabricado
de madera, con los bastidores metálicos y ruedas con rimes de rayos. Entre 1864
y 1884, encontramos éste servicio de “coches mortuorios” en Monterrey, con tres
clases y tarifas respectivas. No solo llevaban al finadito, también había otras
para el traslado de los deudos. Gradualmente, se pusieron de moda los vehículos
de automotor, dejando a los caballos y mulas en el recuerdo.
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