La “Muerte Niña”
Antonio Guerrero Aguilar/
No me imagino el dolor causado por la muerte de un niño para un matrimonio, en tiempos donde las pandemias y la falta de atención médica, les cortaba la existencia. Al principio no los dejaban ir, luego con la invención y uso extenso de la fotografía en el siglo XIX, se pusieron de tomar fotos de los niños muertos. La “Muerte Niña”, como así se le conoce al ritual y culto que rodea a la muerte de los infantes, dejados a la posteridad en un retrato. A veces solos y las más acompañado; sentado o acostado. En medio el niño ataviado con vestido de santo, preferentemente con el hábito de los “terceros” franciscanos o de angelito, la niña vestida de blanco y hasta con velo para hacer la primera comunión o de novia. Rodeados de hermanos, padres, abuelos incluso padrinos. No sabemos por qué lo hacían. Puede parecer macabro para nosotros. En cambio, para su familia era un ritual ineludible y debido.
Aquí vemos a una niña con un vestidito blanco. Alrededor
de ella un muro de sillar, humilde pero ordenado y limpio. Una canasta alacena
a la derecha, botes y tinas como masetas en donde hay flores. Tenemos hasta
arreglos florales tal vez usados para el cortejo fúnebre. Una madre a punto de
romper en llanto, un niño que no entiende la escena pero que ahí está, el padre
con ojos tristes y una abuelita resignada. Ah, y atrás de una maceta se puede
ver a un perro. Seguramente ésta foto se tomó a fines del siglo XIX en
Monterrey y pertenece a la colección Sandoval-LaGrange del ITESM. Lo cierto es
que después de la muerte de un niño, pensamos que la casa y la familia ganaron
un angelito guardián que nos cuidará. Van a los panteones y en algunas tumbas,
hay fotos ovaladas de porcelana, adheridas a la blanca y fría lápida. Entonces,
vemos la mirada de quienes ahí descansan.
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