Escuelas y panteones
Antonio Guerrero Aguilar/
Según las leyendas urbanas como rurales, donde hoy están planteles educativos, algún día fueron panteones y luego plazas de toros; forma extraña que enlaza la muerte con la fiesta brava. En cierta forma aquella tradición oral tiene razón, porque los terrenos de panteones civiles, abiertos después de las Leyes de Reforma (en perspectiva la segunda transformación nacional), al quedar repletos de inquilinos y en medio de zonas pobladas; fueron destinados para escuelas. En Monterrey hay dos o tres casos para señalar: los alrededores de la basílica de la Purísima, ahora la sede de la escuela Serafín Peña y la normal de educación especial. Caso similar al complejo educativo de Venustiano Carranza, desde Aramberri hasta Tapia, estuvo un panteón municipal, destruido entre 1956 y 1957. Lo peor, sacaron los restos de los finaditos, quitaron sus tumbas y construyeron otro panteón allá por Lincoln, entre Gonzalitos y Rangel Frías.
A fines del siglo XVIII el Obispo Llanos
y Valdés trató de cristalizar un nuevo centro religioso como social de
Monterrey, que comprendía un hospital, un convento y una catedral nueva. Como
el prelado murió en 1799 y las obras salían muy caras las dejaron inconclusas. Bueno,
han localizado huesos en el mercado Juárez y la manzana de enfrente. Por esa
misma calle, allá entre M.M. de Llano y Tapia, donde ahora está una primaria y
la secundaria, también corren los rumores de que estuvo un panteón. Han
localizado huesos humanos, hay supuestas entradas de túneles y se aparecen
fantasmas según cuentan.
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