El mito de las cavernas, como necrópolis del pasado
Antonio Guerrero Aguilar/
Como se advierte, los colonizadores tenían sus camposantos. Sin embargo, debemos considerar a todos los demás que habitaban éstas tierras en tiempos del Nuevo Reyno de León. Las etnias ya sometidas, más o menos seguían las costumbres y los ritos imperantes. Pero en el monte, donde todo era sagrado, demás, era el escenario de la considerada “Guerra Viva” que padecimos durante tres centurias. Gracias a las crónicas de Alonso de León como de Juan Bautista Chapa, así como de los misioneros que recorrían las tierras ignotas, sabemos que los indios que habitaron éstas tierras, tenían la costumbre de comer carne humana, ya sea del amigo como del enemigo. La del primero, la preparaban en barbacoa, y la consumían acompañada de peyote durante los mitotes, pues con su ingesta, emparentaban con el difunto. En cambio, la de los adversarios en señal de venganza.
Alonso de León alcanzó a ver los huesos
de difuntos “roídos y puestos en un petate” dispuestos en cuevas. Añade:
“guardan siempre el casco de arriba de la cabeza y beben y comen en ellos”. En
la Sierra de Tamaulipas, molían los huesos y los mezclaban con el mezquitamal.
Nos cuenta que una vez, a los militares de la compañía del capitán Bernardo
García de Sepúlveda les dio hambre durante una expedición, por lo que probaron
el alimento que los indios llevaban consigo. A uno de ellos le causó asco,
cuando vio los trozos de huesos molidos, provocando la burla de los guías. Para
calmarlos, les dijeron que eran de venado. Como verán, el hambre es canija y
más el que la aguanta. Hace muchos años, en una cueva situada en el Camaján de
Higueras vimos trozos de cráneos y hasta en la Cueva Ahumada de Rinconada,
encontraron restos humanos con todas sus ofrendas.
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