De camposantos a panteones
Antonio Guerrero Aguilar/
Hace mucho tiempo había entierros mayores y
menores. Una diferenciación que nos puede provocar interrogación, sin duda
alguna. Hasta las leyes de Reforma en 1857 (la segunda transformación que nos
señalan), había dos maneras de realizar la ceremonia para despedir y luego la
inhumación de un difunto, que se distinguían simple y sencillamente, porque una
comprendía todos los ritos y privilegios habidos y por haber: sacerdote,
diáconos, velas, acólitos, coros, ceremonia completa y toda la cosa y otro que
tan solo implicaba responsos por el descanso eterno del alma que había partido
al encuentro del Creador. La primera tenía un costo elevado para quienes podían
pagarla o endeudarse y la otra se hacía por caridad.
Hasta en eso se dividían las castas y las
clases sociales, por eso el mérito que le reconozco a los liberales que se
quedaron con el poder republicano entre 1857 y 1867, fue la de suprimir los
beneficios de aquellos que podían diferenciarse incluso hasta en la hora de la
muerte. El templo estaba dividido en secciones que hacían diferencias sociales:
más cerca del altar los que tenían recursos, los más o menos en el templo, los
amolados abajo del coro y los fregados y pobres afuera, allá en el atrio. Los
de adentro colocaban lápidas y los de afuera muy apenas un túmulo, una cruz,
algo que indicaba quien estaba ahí enterrado.
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