Cuando la muerte es detenida por la lente...
Antonio Guerrero Aguilar/
“Memento mori, memento vivire”, recuerda que morirás, acuérdate de vivir... La vida misma está repleta de los detalles que niegan el paso de una dimensión a otra, el olvido, la trascendencia como el fin de la existencia. Pero, y ¿si la vida es un sueño, entonces la muerte es un despertar? El hecho de dormir, implica necesariamente un abandono, un letargo, una especie de muerte en la cual dejamos la conciencia y lo real, para vivir en nuestro mundo, opaco, premonitorio o para imaginar aquello que queremos y no logramos conseguir. Concluye el ciclo y abrimos los ojos de nuevo a la realidad. La vida tiene memoria, y la muerte igual. El cariño como la ilusión de tener o quedarse con un ser querido, nos hace buscar por todos los medios, lo que pueda mantener en un instante el recuerdo. Primero en el arte funerario y después la lente. Todo implica que la persona que se va, nos deje algo, su esencia como su aspecto. Si es adulto, una última imagen con todos sus seres queridos, si es un párvulo, queda ataviado para la posteridad.
La ropa, el
peinado, el maquillaje, delinear los ojos y dibujar sobre sus párpados, ojos
vivos, chispeantes, con cejas y pestañas. Esto le da una apariencia que a la
distancia como en el tiempo, puede provocar extrañeza como temor. No faltará
quien considere una tradición de mal gusto. Pero antes de llevarlos al
sepulcro, los llevaban a visitar a sus abuelos, la paseaban por los sitios que
no pudo recorrer en vida, pero sí, sin ella. La fotografía es de una niña de
Allende, Nuevo León en 1892. Tomada en un estudio, con fondo alusivo,
decoración ex profeso y trabajada. Ella encima de una carriola, parece que
duerme, con los ojos entreabiertos, aún nos sigue mirando y en consecuencia no
está muerta. Es difícil mantener el contacto visual, porque puede llevarnos y
hacernos partícipes de su destino. Ellos se van y nosotros nos quedamos y
continúan viviendo mientras no se les olvide.
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