Los arroyos borrados
Antonio Guerrero Aguilar/
Para quienes tuvieron la oportunidad de verlos y gracias a los testigos de los tiempos, sabemos que los Ojos de Agua del Santa Lucía desbordaban su caudal por sus bandas, en especial las actuales calles de Juan Ignacio Ramón y Zaragoza, llamada por cierto Callejón del Ojo de Agua. Poco antes de 1840, el insigne Manuel Payno estuvo ahí, y pudo apreciar: “un manantial de agua clarísima situado en un extremo de la ciudad y rodeado de árboles, de plantas y de flores, pero crecen con tal exuberancia y fertilidad que se entretejen y enlazan unas con otras, formando materialmente una alfombra de flores y un toldo de verdura. En éste ojo de agua, hay algunas clases de pescado bastante buenas, y sobre todo un excelente camarón de un tamaño extraordinario, que no lo había visto ni aún en las lagunas de las orillas del mar”. Para los regiomontanos de los siglos XVIII y XIX, todo esto era el sitio predilecto para bañarse y el lavadero de las señoras que acudían a limpiar sus ropas.
El
problema es que también llevaban a bañar a los caballos y otros animalitos como
burros y vacas que se metían a refrescarse en los arroyos. Cuando no corría el
agua se formaban estanques que provocaban epidemias e insalubridad, por eso
decidieron construir el famoso canalón para evitar los problemas descritos.
Pasa el tiempo, y los que visitan San Antonio con cierta regularidad, se
acordaron que Monterrey alguna vez tuvo ese atractivo. El problema es que a los
de aquí les dio por copiar tal y como estaba el de allá sin considerar la
identidad propia y la riqueza que alguna vez hubo en los ojos de Agua del Santa
Lucía.
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