"¡Loa al dios Mercurio!"
Antonio Guerrero Aguilar/
A fines del siglo XIX, Monterrey repuntaba en el plano nacional. Por lo tanto, debían realizarse obras que dieran testimonio del progreso material derivado del orden y progreso porfiriano. ¡Qué mejor que una fuente para representar esa grandeza! Para muchos, hablar de fuente, es remitirnos al origen de las cosas, en donde todo surge. Hasta el siglo XIX, Monterrey iniciaba propiamente en la intercesión de dos calles, una llamada Real y la otra del Comercio, ahí donde por un tiempo hubo uno de los veneros que alimentaban al Santa Lucía. Era la entrada a la ciudad y los caminantes requerían de un lugar para beberla y asearse un poco.
Todos le llamaban la plazuela del Mesón, por tener enfrente un refugio para
viajeros conocido como de San Carlos, ahí vecino al callejón de los Arquitos.
Ya en tiempos de Bernardo Reyes que vivía por el sector, en donde además
habitaban los Rivero, los Madero y los Ferrara, hicieron una plaza a la que
denominaron “Degollado”. Para embellecerla, decidieron construir una fuente que
a la vez sirviera como depósito de agua. El conjunto constaba de una estructura
circular con mármol negro del Topo Chico, con piedras del Cerro de la Silla,
pegadas con una mezcla de cemento y arena. El diseño se lo debemos a Ignacio
Morelos Zaragoza quien lo entregó al Cabildo el 15 de febrero de 1894, que invirtió
3,100 pesos para los trabajos. En su interior, colocaron tres bases y una
columna que decían era de estilo Buchard, rematado por una bola. En cada base,
tres esculturas: en medio Mercurio, la divinidad que controlaba el comercio,
franqueado con dos estatuas de niños. Una portaba un ave con las alas
extendidas, el cuello y pico largos y delgados, la otra blandía una lanza. El
monumento solo permaneció 17 años en su sitio. Lo quitaron para poner otra
escultura en 1911, porque decían que la fuente estaba inservible.
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