Las casas y su esplendor opacado
Antonio Guerrero Aguilar/
Algo sucedió con nuestra capital del
Estado. Las formas y usos antiguos, basados en adobe, piedra, sillar, vigas,
terrados y maderas desapareció gradualmente, gracias al uso de materiales más
útiles como económicos. Seguramente tiene mucho que ver, la existencia de
fundidoras, vidrieras y cementeras, que pusieron a disposición de los
constructores, insumos como varillas, concreto, ventanales. Sin embargo, los
constructores siguieron siendo los mismos que adoptaron lo externo a lo
nuestro, provocando un estilo arquitectónico que tuvo vigencia más o menos
entre 1890 y 1940. No dudo que hayan venido arquitectos de otros lares, pero
los de aquí como buenos maestros albañiles, cumplieron los gustos y costumbres,
que se guiaron por las modas y modos de lo que les decían y querían construir:
desde los italianos como Mateo Matei, Guido Ginesi, el británico Alfredo Giles,
así como Pedro Cabral, Miguel Mayora, Francisco Beltrán y Marín Peña. Luego de
jóvenes que pudieron completar sus estudios en universidades, así como de
constructores como Tiburcio Reyna, P. Treviño y J. Segura, Antonio Muguerza
hijo, Pedro Juárez, Eduardo Belden, Brígido Horte, Antonio Lerma Ríos, Ángel
Playán y Lizandro Peña, tan solo por citar a algunos.
Todas las construcciones realizadas en ese
lapso, unas ajustadas a los estilos neoclásico, afrancesados, stream line-art
decó y el colonial-californiano. Muchas padecieron el abandono y luego la
destrucción. Hace muchos siglos, San Benito dijo que Roma no sería destruida
por los paganos, sino por las tormentas, los terremotos e intemperies:
“decayeron las ciudades con sus monumentos que hablaban de su esplendor, sin un
pueblo que las sustentase, no porque las destruyeran, sino porque no quedaba
nadie para cuidarlas”. Unas 15 centurias después, aquí todo cedió a la
modernidad como a las adecuaciones necesarias, para convertir a Monterrey, en
una ciudad del conocimiento, pero paradójicamente, sin memoria ni tradición…
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