La plaza de los arrieros a de La Llave-la Purísima
Antonio Guerrero Aguilar/
Por mucho tiempo,
la única forma de abastecimiento de productos del interior, era a través de los
trenes de carretas y recuas que arribaban a la ciudad. A sus propietarios les
llamaban fleteros, cada uno podía tener entre 6 y 8 carros, que podían cargar
20 arrobas, unas tres o cuatro toneladas, movidas por doce mulas. Para
protegerse debían viajar unidos en caravanas, por eso cuando llegaban, podían
verse al menos cien de ellas. Me imago todo un espectáculo el trajinar de casi
un centenar de hombres, ruedas y bestias, entremezclados con la algarabía de
quienes los vieron.
En cambio, el
arriero andaba a pie con sus recuas de mulas o burros llevando y trayendo lo
que podía. En 1700 el alférez Cristóbal González, le pidió un terreno al
gobernador Juan Francisco Videgaray, para uso de corral público, a donde
llegaran y salieran fleteros como arrieros. Se trataba tan solo de una
explanada polvorienta y sin árboles, pero dotada de una caja de agua alimentada
por una acequia que venía de la loma de la Chepe Vera.
Al poniente
estaba la capilla donde ocurrió el milagro de la Purísima, que bendecía la
llegada y partida de los sufridos andantes. En 1859 la plazoleta fue convertida
en paseo público, pero había resistencia porque necesitaban un espacio en donde
guardaran a las mulas, burros y bueyes que jalaban las carretas. Además, era el
otro expendio de carne para los regiomontanos.
Era la plaza de
los arrieros, quienes pedían su intercesión cada vez que salían a recorrer los
caminos de Dios. Luego se hizo un panteón inmediato al templo, que pronto quedó
repleto por tanta epidemia y peste. En 1856 el ayuntamiento de la ciudad,
concedió a la diócesis, unos terrenos para que se levantara la casa cural, en
donde quedara un sacerdote de planta. Para la construcción, el cabildo de
Monterrey cedió los impuestos de calles y plazas, mismos que se recogían los
primeros 15 días de diciembre de cada año por una comisión formada por vecinos
del barrio.
Vidaurri ordenó
en 1861 la ampliación de la plaza y el templo, fue concluido y bendecido el 5
de diciembre de 1862 por el padre José Lorenzo de la Garza Elizondo. Durante la
ocupación francesa (1864-1866), los del batallón belga hicieron tardeadas y eventos
culturales, en dónde tocaban polkas y redowas. Tras la salida de los
regimientos extranjeros, le dieron por nombre Alameda de Ignacio de la Llave y
a fines del siglo XIX, llevaron la fuente de los delfines. La gente de antes le
decía de los “Arrieros”, los de mis tiempos de la Purísima, ahora convertido en
un distrito que apuntaló a toda la región, hacia los procesos de la
gentrificación, con los derrumbes de casonas antiguas, para levantar vistosas
torres de departamentos y usos múltiples.
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