La “Fuente Espejo”

 Antonio Guerrero Aguilar/



La traza urbana definitiva en torno al origen de Monterrey, se remonta a 1611. Una plaza de armas bordeada por la iglesia parroquial, las casas consistoriales, el convento, los panteones y una serie de casonas que prácticamente le cerraban los accesos hacia los puntos cardinales. Decían que el corazón se protegía por esos vericuetos, conformados por unos callejones que ahí terminaban: Corregidora al norte, Hidalgo al sur, Zaragoza al poniente y Zuazua al oriente. Se trata del último reducto que defendieron contra los albazos e incursiones de los bárbaros e insurgentes, de los norteamericanos en 1846 y los imperialistas en 1864, así como de los carrancistas, villistas y escobaristas. El paisaje cambió con el derrumbe del templo de San Andrés y la hechura del casino como del círculo mercantil. Las edificaciones estorbaban, parecía que mantenían estrechos como angostos los paseos y banquetas de los alrededores. En tiempos de los munícipes Constancio Villarreal, Félix González Salinas y Santos Cantú Salinas, un periodo que va de 1945 a 1950, decidieron renovar el entorno. 



La plaza Zaragoza quedaba “chica” para el engrandecimiento y crecimiento de la gran ciudad y quitaron todo. Ahora sí, podían llegar hasta la avenida Constitución y los barrancos del río Santa Catarina y en esos predios, hicieron un jardín como continuación del espacio. Para ello, en 1950 le pidieron a Rodolfo Barragán Schwarz, el diseño de una fuente, con estilo Stream Line. Sobresalía por sus dos arcos similares a los de la Purísima cubriendo una fuente con tres niveles, en medio de un estanque que daba la impresión de reflejar el cielo y los nuevos edificios, así como el monumento al militar, el héroe del 5 de mayo de 1862, la catedral y el condominio Acero.  Era la “Fuente Espejo”, que pasó a segundo plano con la hechura del palacio de cristal y la instalación del monumento al Sol de Rufino Tamayo. Aún quedaban vestigios para 1982 y con la gran plaza, finalmente desapareció.




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