La escatología expresada en sus campanarios
Antonio Guerrero Aguilar/
No es un comprobable como definido, es más; no tengo la certeza de lo que voy a escribirles: por mucho tiempo, la hechura y fachada de los templos quedaba inconclusa, especialmente la de sus campanarios. Tan sencillos como para una espadaña y sus campanas para llamar a misa y oficios sacramentales. El campanario sin terminar, como esperando el fin de los tiempos y la segunda llegada del Salvador. Así permanecieron durante décadas: les preguntaba a los antiguos su intención y de tal modo lo sentenciaban, sin ser constructores o clérigos, tan solo apoyados en lo que les decían sus mayores. Al último tercio del siglo XIX las cosas cambiaron: se puso de moda, el añadirles cuerpos como espacios, ponerlos a la altura de sus cúpulas y que todos se dieran cuenta de su existencia a la distancia.
Así lo vemos en la catedral como en vetusto
convento de San Andrés, en Santa Catarina como en otros lares. La arquitectura
religiosa no se distinguía por los adornos, sino por razones esenciales
destinadas al culto como a la catequesis. Aquí vemos una clara muestra: el
convento franciscano que cerraba los accesos de la plaza de armas, llamada de
Zaragoza a partir de 1864. El trazo que se puede apreciar, era precisamente la “calle
del Convento” actual Ocampo en su cruce con Zaragoza, hoy repleta de amplias
banquetas y corredores de concreto, decorados con bancas y arboles aún sin
retoñar. La imagen es de principios de siglo XX.
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