La capilla de los Dulces Nombres

Antonio Guerrero Aguilar/

Aclaro, aún no está perdida, la pueden ver y visitar aún. Como bien saben, con la destrucción de todo lo existente entre Ocampo y Washington, y de Zaragoza a Doctor Coss, debido a la creación de la Macroplaza o Gran Plaza, desaparecieron muchos testimonios del patrimonio tangible que se hizo en los siglos XVIII, XIX y XX. Por eso resulta extraño como loable, el rescate de una edificación religiosa que contrasta con la hechura de los edificios diseñados por el arquitecto Oscar Bulnes, enfrente del teatro de la ciudad y de la plaza donde instalaron la fuente del Neptuno. En la esquina de Matamoros y Doctor Coss, tenemos un templo dedicado a los “Dulces Nombres de Jesús María y José”.



La iniciativa se debe a don José Antonio de la Garza Saldívar, posiblemente iniciada a partir de 1830 y terminado a mediados del siglo XIX. Don José Antonio fue regidor en varias ocasiones, alcalde de Monterrey en 1833 y falleció en ésta ciudad en 1842, llevando sus restos a la Iglesia Catedral. Consta de dos pequeñas naves, con techo abovedado, con 8 metros de largo por 13 de ancho. Destinado al culto particular como familiar, se mantuvo en buen uso.



Fue declarado patrimonio nacional en 1938. Eso lo salvó de su destrucción en 1956. Sin embargo, lo usaron como bodega, oculto por unas gruesas y altas bardas, hasta que con los trabajos de la Gran Plaza fue rescatado y entregado a la Curia en 1985.  A reserva de que haya muchos defensores de la obra de Alfonso Martínez Domínguez, creo que su restauración se debe al interés de la señora Rosario Garza Sada de Zambrano. Hubo más capillas en el viejo Monterrey, pero fueron borradas del paisaje. Solo éste ejemplo de la arquitectura religioso original, se mantiene como testigo de los tiempos.



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