La alameda sin álamos
Antonio Guerrero Aguilar/
El 29 de junio de 1861, el entonces gobernador del Estado de Nuevo León-Coahuila, don Santiago Vidaurri junto con el apoyo del alcalde José María Morelos, dispuso el trazo de una alameda para la ciudad de Monterrey. Con ese proyecto decidieron una urbanización con rumbo al norte y poniente de la vieja ciudad. La alameda originalmente tenía el doble de su extensión actual, tanto así que la gente de aquel tiempo decía en tono de broma, que sus jardines llegaban hasta las inmediaciones de Las Mitras. Pensada como un paseo público, repleto de árboles, en especial de álamos (de ahí el nombre) y sabinos, en 1886 con Bernardo Reyes, le quitaron la mitad de sus terrenos.
Dos años después le impuso el nombre del presidente de la
República, general Porfirio Díaz y mandaron construir los cuatro accesos que
tiene en cada esquina. Un lugar histórico, emblemático como fundamental en la
historia de Monterrey. Con la caída del régimen, le llamaron Mariano Escobedo.
Gradualmente le hicieron mejoras y reformas a la vieja alameda, hasta dejarla
como la conocimos muchos. La fuente en el centro con sus caballitos y la fuente
de Cri-Cri.
Resulta extraño, que a pesar de adecuaciones como de
obras para su remodelación, la alameda Mariano Escobedo de Monterrey, tenga
unos monumentos a nuestros héroes, que simulan unas estructuras que llaman
arcos. Sin olvidar a la menospreciada y no menos famosa fuente del cabrito. A
principios de siglo XX, el entonces alcalde Pedro C. Martínez (1904-1909)
convocó a un concurso para la elaboración de cada armazón, en donde iban a
colocar unos bustos, para conmemorar el centenario del inicio de la guerra por la
Independencia. Eligieron el proyecto de los hermanos Antonio y Paulino
Decanini, unos escultores de origen italiano.
Realizados con varillas y concreto, en lugar de los
materiales tradicionales que usaron en otros tiempos como edificios. Alegaron
que su forma esbelta daría la impresión de fortaleza y durabilidad, como arcos
adintelados y decorados para alabar la gesta heroica iniciada por el padre
Hidalgo en 1810. Una armadura recta, compuesta por ángulos de noventa grados y
columnas que rematan en forma piramidal, con grabados realzados representando
alegorías de lucha y heroísmo como fusiles, sables, lanzas, coronas de olivo y
águilas. Al centro del conjunto escultórico, un busto de personajes iniciadores
de nuestra Independencia. En la esquina de las calles de Aramberri y Villagrán
está el de Ignacio Allende. En Villagrán y Washington el busto de doña Josefa
Ortiz de Domínguez.
No se tiene la certeza a quienes están dedicados los que colindan con la avenida de Pino Suarez, que lamentablemente cambiaron o movieron en algún momento. Pueden ser los de Juan Aldama y José Mariano Jiménez. Curiosamente, falta el de Hidalgo. Tanto que pasamos o los vemos a la distancia y no tenemos la precaución o curiosidad para entender, lo que significaron en su tiempo y espacio y prevalecen como testigos silentes de un pasado. Con la caída del régimen porfiriano le cambiaron el nombre por Mariano Escobedo.
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