Fachadas y vivencias

Antonio Guerrero Aguilar/




La fachada es una cara. Es como un vestido que recupera la tradición ancestral de dotar de un detalle estético o representativo a las cosas como al mismo cuerpo. Por ejemplo, los tatuajes originalmente tenían la intención de conservar la piel tal y como la tenían al nacer. Decoraban las cuevas con pinturas rupestres, por lo tanto, se le considera la primera manifestación de arte ornamental, simulando la membrana como la piel humana, a través de pieles o textiles. Entonces los detalles estéticos, significan y relacionan al ser humano, su morada con algo más trascendente como general y natural. Una caverna es la concepción mágica de la vida como del mundo. Cada decoración, como sus pretiles, frisos, cornisas, puertas, ventanas, guardapolvos, lloraderos, los mascarones, las veneras, las figuras, escudos, rostros y cabezas, la vegetación como símbolo de fecundidad.

Los que vivieron durante los siglos XVII y XVIII, buscaron eliminar lo inútil, lo superfluo como lo que no era necesario. Es más, si alguien sumaba algún rastro de elegancia y distinción, se le apartaba, incluso hasta se le veía mal en sociedad. Precisamente la evolución cultural, tiende a reducir y a desaparecer aquello que pueda ser ostentoso. Por eso nuestra arquitectura tradicional era sencilla como elemental: cerrada al exterior pero abierta al patio como al traspatio. Entrar a la casa, es como entrar a la intimidad de sus residentes. Además, ponerles cosas añadía recursos y horas de trabajo. Consideraban que no había relación con el orden del mundo. Por eso, cada época se represente en lo visual. Hay capas sobrepuestas, como los orificios que nos permiten ver los tiempos idos. Pero la industria y el comercio apuntalaron a Monterrey en la fábrica de la frontera y llegaron estilos, que poco a poco reemplazaron los otros y se pusieron en boga. Vaya, hasta hoy en día representan la posición y la actitud de sus moradores.  

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