El templo del Roble y la cúpula colapsada
Antonio Guerrero Aguilar/
El 18 de diciembre es la fiesta de Nuestra Señora del Roble. Esta tradición regiomontana tiene su origen en una leyenda, cuando un fraile de nombre Andrés de León, colocó la imagen venerable en 1592 en el hueco de un roble para protegerla de las incursiones de los llamados indios bárbaros. Al poco tiempo de la fundación de la ciudad de Monterrey en 1596, una pastorcita cuidaba unas cabras y oyó que desde un roble le llamaban. Admirada se acercó al lugar de donde procedía el llamado.
Este lugar conocido con el nombre de “Piedra Blanca”, fue el asiento de la primera misión cercana a los ojos de agua de Santa Lucía. La devoción pronto se propagó por el Nuevo Reino de León, llamándola también “la Virgen de los Nogales”, “la Madre de Dios del Reino” y “Nuestra Señora del Nogal”. Es una pequeña escultura, de las que los maestros llaman “pura vestir” de 58 centímetros. Está hecha de una mezcla de corazón de maíz y bulbos de flores, que usaron los escultores indígenas del siglo XVI. Los devotos, la vistieron de preciosas túnicas y ciñeron una coronita en su cabecita. Sobre sus pies está un gran trozo de madera, que la tradición afirma ser parte del tronco en el cual fue hallada la sagrada imagen. Le dedicaron varios templos en su honor, sobresaliendo uno a mediados de siglo XIX.
Cuentan que era muy pequeño, considerando la cantidad de fieles que acudían a los oficios litúrgicos y a la feria anual durante el mes de diciembre. Entonces el señor obispo Francisco de Paula y Verea, apoyado por el gobernador Santiago Vidaurri, aportaron para un mejor edificio.
Al arrancar el siglo XX, el entonces
párroco don José Guadalupe Ortiz, pidió al arquitecto Alfred Giles, el diseño
para la cúpula del templo emblema de la ciudad. Iniciaron su construcción en
1904, concluyendo sus obras al año siguiente. Lamentablemente el 24 de octubre
de 1905, alrededor de las nueve de la noche, la gigantesca cúpula octagonal
construido con sillares, se vino estrepitosamente al suelo. La sociedad
regiomontana no daba crédito ante fatal accidente, ocurrido en un horario donde
no había feligreses.
El principal testigo de esta catástrofe, el padre Pedro López, capellán del Santuario escribió: "¿Quién no recuerda la noche del 24 de Octubre de 1905, de tristísima memoria, en la que se hundió la esbelta cúpula, digno remate del grandioso templo? Cayó la santa Imagen empujada y revuelta entre las ruinas, siendo providencialmente preservada de la destrucción, por una barra de acero que contuvo la fuerza de un enorme sillar que debiera haberla aniquilado. La vimos con alegría del corazón, y nos pareció salir la Imagen de María más sonriente y hermosa de tan espantosa catástrofe. ¿Podríamos tener una señal de amor por parte de la Virgen, más elocuente y manifiesta?". Nuestra Señora del Roble, operó de nueva cuenta una manifestación para fortalecer su devoción, por lo mismo, el recuerdo de ese día quedó impreso una escena alusiva en la puerta de entrada de la hoy basílica.
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