El puente de la Purísima

Antonio Guerrero Aguilar/

El más antiguo y representativo, era llamado de la Purísima, situado donde las aguas del Santa Lucía llegaban a una presa que la gente conocía como “Grande”. La hechura consistía en un arco cuya hechura de piedra y mortero. Encima un camino empedrado y para la protección de aquel lugar, colocaron en 1799 una escultura de algún cantero potosino. Como barreras de protección, unos muros de sillar con buen tamaño para evitar los accidentes.



Lugar obligado de paso y paseo de los regiomontanos, que se asombraban de los arroyos y árboles que había. Ahí donde alguna vez Manuel Payno comparó aquel paraje como un gran jardín que llegaba hasta el famoso Cerro de la Silla. Paraje repleto de leyendas y enfrentamientos contra el ejército norteamericano en septiembre de 1846. En éste sitio, además de ser el más hermoso paraje que hubo en Monterrey, pelearon mexicanos contra voluntarios y militares norteamericanos el 21 de septiembre de 1846.

Para evitar que las tropas invasoras tomaran el control de la parte vieja de la ciudad, prepararon un fortín al que llamaron precisamente de la Purísima, en donde el general Francisco Mejía, apoyado por unos 300 valerosos soldados procedentes de Aguascalientes y Querétaro, además de miembros del glorioso ejército mexicano de la Segunda Línea; hicieron huir a un contingente mayor (unos mil) que de los defensores. ¿La historia oficial registra y reconoce a los defensores? No. Un coronel de apellido Ferro, un comandante José María Herrera, la artillería a cargo de Patricio Gutiérrez.



El médico Pedro Sotero Noriega (testigo y participante en el Sitio de Monterrey) anotó que a los mexicanos se les acabó el parque. Los nuestros fueron con el general Mejía a pedirle más para enfrentar y defender el puente. Mejía les respondió: “No se necesitan mientras haya bayonetas” y con ellas se les echaron encima, haciendo huir a los gringos hasta el cuartel que tenían en Santo Domingo. La victoria favoreció a los leales y patriotas paisanos que respondieron a la escasez de municiones con valor, entrega, vivas y aplausos. 

A fines del siglo XIX, los arroyos fueron cubiertos por un túnel denominado “El Canalón” y encima construyeron una nueva ciudad que la Gran Plaza suplió. Con el paseo Santa Lucía, hicieron un nuevo paso, con una nueva escultura, pero ahí está oculta; como testigo silencioso de los encuentros de los enamorados que por ahí descansan, debajo de Diego de Montemayor, casi esquina con J.I. Ramón, a la orilla del paseo Santa Lucía.




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