La leyenda de la "Nada"

 Antonio Guerrero Aguilar/ Becario PECDA Nuevo León 2023, Patrimonio Cultural



Desde hace unos diez años, existen páginas y grupos en redes sociales, dedicadas a la difusión de imágenes antiguas. Al verlas, provocan suspiros, nostalgias y hasta reclamos respecto a lo que hicimos con nuestra arquitectura tanto civil, religiosa, funeraria e industrial. Hay un mito que a fuerza de tanto pregonarlo lo hicieron verdad, propagándolo por las conciencias e imaginario popular. Fue la gente pudiente, la que apostó a los procesos de industrialización y al desarrollo inmobiliario apoyados por los gobernantes en turno.

Ellos decidieron entre modernidad y tradición y se fueron por lo primero. Luego nos venden la idea de que aquí no había nada, todo se hizo de la nada, no había minas solo indios bárbaros, la agricultura y ganadería eran de subsistencia y los dueños del capital apostaron a la apertura de factorías de hilados y tejidos como La Fama en 1854, El Porvenir en 1871 y La Leona en 1874. Luego la empresa “Madre” como cervecería en 1890 y el ciclo se cerró con la vidriera en 1909.

Ah, eso sí, teníamos mucha agua que destinaron para la producción industrial. Dirán entonces que Monterrey y por ende Nuevo León, se hicieron gracias al dinamismo de don Bernardo Reyes y de ciertos capitanes de empresa. Pero no menospreciemos las iniciativas de Vidaurri, Garza García y Garza Ayala que trajeron progreso, a costa de la trasformación del paisaje, de los montes, de las montañas como del entorno en el cual nos movemos y existimos.

Algo sucedió con Monterrey y sus casi 15 municipios conurbados. Las formas y usos antiguos, basados en adobe, piedra, sillar, vigas, terrados y maderas desapareció gradualmente, gracias al uso de materiales más útiles como económicos. Por ejemplo, dicen que todo el bosque situado entre Santa Catarina y Villa de García, desapareció en aras de la industria de la construcción, destinada como combustible y materia prima. Seguramente tiene mucho que ver, la existencia de fundidoras, vidrieras y cementeras, que pusieron a disposición de los constructores, insumos como varillas, concreto, ventanales.

Tuvimos una arquitectura tradicional, desplazada por otra de índole extranjera, siguiendo las modas y los modos de la época. Sin embargo, los constructores siguieron siendo los mismos que adoptaron lo externo a lo nuestro, provocando un estilo arquitectónico que tuvo vigencia más o menos entre 1890 y 1940. No dudo que hayan venido arquitectos de otros lares, pero los de aquí como buenos maestros albañiles, cumplieron los gustos y costumbres, que se guiaron por lo que les decían y querían construir: desde los italianos como Mateo Matei, Guido Ginesi, el británico Alfredo Giles, así como Pedro Cabral, Miguel Mayora, Francisco Beltrán y Marín Peña. Luego de jóvenes que pudieron completar sus estudios en universidades, así como de constructores como Tiburcio Reyna, P. Treviño y J. Segura, Antonio Muguerza hijo, Pedro Juárez, Eduardo Belden, Brígido Horte, Antonio Lerma Ríos, Ángel Playán y Lizandro Peña, tan solo por citar a algunos.

Todas las construcciones realizadas en ese lapso, unas ajustadas a los estilos neoclásico, afrancesados, stream line-art decó y el colonial-californiano. Muchas padecieron el abandono y luego la destrucción. Hace muchos siglos, San Benito dijo que Roma no sería destruida por los paganos, sino por las tormentas, los terremotos e intemperies: “decayeron las ciudades con sus monumentos que hablaban de su esplendor, sin un pueblo que las sustentase, no porque las destruyeran, sino porque no quedaba nadie para cuidarlas”. Unas 15 centurias después, aquí todo cedió a la modernidad como a las adecuaciones necesarias, para convertir a Monterrey, en una ciudad del conocimiento, pero paradójicamente, sin memoria ni tradición…

En efecto: aquí tuvimos desde tormentas tropicales (aunque les dicen huracanes, pero no llegan a tal categoría), los incendios, así como al descuido y al poco valor que les dan. Respecto al patrimonio perdido: ¿hacen falta inventarios y catálogos de lo que queda? Si y no, porque ya los hay. Tan solo, urge respetar lo que clasificado, como lo que no. Entre 1984 y 1985, al amparo del Programa Cultural de las Fronteras como de la SEP, se hizo un catálogo en cuatro tomos. Luego la gente que labora en el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte), lo amplió y precisó su estado como ubicación. Mención especial, la de municipios que los realizaron y hasta declararon zonas de resguardo patrimonial como Lampazos de Naranjo, San Pedro Garza García y García y los respectivos pueblos mágicos y otros que aspiran a ser considerados como tal.

También hay muchos defensores como adalides de la protección y resguardo: entre 1992 y 1993, el arquitecto Javier Sánchez García, entonces delegado del Centro INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) en Nuevo León, entregó cartas de custodios honorarios a algunos cronistas e interesados en el tema. Fueron pocos los nombramientos, pero ya en tiempos del historiador Héctor Jaime Treviño Villarreal, se hizo extensiva la labor para evitar la destrucción sistemática de nuestro patrimonio.

La pregunta que me hacen siempre: ¿para qué cuidarlo? Como muestra memorable de lo que otros hicieron y reconocer el esfuerzo que padecieron para levantar una ciudad, un pueblo o una casa.  A Monterrey la hicieron a partir de cada 30 años, como ave fénix que se inmola y vuelve a resurgir de sus cenizas, aunque aquí también cuentan los aguaceros, desbordamientos de los ríos y arroyos. Cada vez que bajaba una venida de agua por el río todo se borraba o quedaba afectado.

Luego la ciudad fue creciendo y para abrir vialidades acordes a la categoría de la gran “Sultana del Norte”, se fueron adecuando las casas y banquetas de Morelos, Zaragoza, Venustiano Carranza, Pino Suárez y Cuauhtémoc tomaron una fisonomía distinta y moderna. Fueron ampliadas en beneficio del autotransporte y de los vehículos. Dicen que si no se hubiera dañado el patrimonio, Monterrey estaría a la altura de ciudades como Zacatecas, San Miguel de Allende y San Luis Potosí que aún mantienen su riqueza virreinal. En consecuencia, surgen más interrogantes al respecto:

¿Se puede conjuntar la modernidad y la tradición? Claro que se puede, no están reñidas, el problema es que se van sobre lo viejo, no tan solo para destruir el legado de quienes nos precedieron. Lo hacen a mi juicio, para inventar una nueva realidad excluyente de todo pasado y relación cultural con el entorno de quienes nos movemos y existimos en éstos solares.

¿Son las autoridades de los tres niveles de gobierno, las responsables del cuidado, protección y difusión del patrimonio tangible como intangible? Si, en especial las oficinas que otorgan los permisos correspondientes para las obras. En ellas vemos a arquitectos y urbanizadores. Me consta, algunos egresados de la UDEM o de la UANL llevaron cursos de arquitectura regional. Un servidor ofreció ese curso tan solo dos semestres en la carrera de arquitectura del Tec de Monterrey.



¿Puede el ciudadano exigir la protección? Si, pero la responsabilidad es del dueño y mientras se tenga el concepto de rentabilidad y ganancia, ya nos fregamos. Hace unos diez años organicé un seminario de patrimonio tangible como intangible con las autoridades de Santa Catarina, en colaboración con la delegación del INAH Nuevo León. Al finalizar el curso, mientras entregaban los diplomas y nos tomábamos las fotos y los brindis, llegó la noticia de que habían tirado una casa antigua en pleno centro de mi pueblo. Solo lo lamentamos, pero al día siguiente, uno de los que entregaban los reconocimientos y ponentes nos tiró un “periodicazo”, le reclamo y me dice, “mira, mientras hacíamos esto, nos engañaron y tiraron una casa”. No le respondí por vergüenza, tenía razón.

 Un amigo ya desaparecido, de nombre Marco González Galindo de allá del Saltillo, siempre me decía que ya se cansó de luchar contra los insensatos, que a cada rato manden al carajo nuestros monumentos de gloria, repletos de la cotidianeidad.  Pero se tiene que hacer, aunque se corra el riesgo de que nos “corran” a los cronistas que por osadía nos enfrentamos al poder temporal de los alcaldes y sus funcionarios. En el 2011, yo perdí mi nombramiento y puesto municipal por defender una casona de 1888.

En tierra de ciegos “el tuerto es rey y a río revuelto ganancia de pescadores”. Casi todos culpan o se protegen con la llamada “ley Echeverría” (así la llaman porque tiene un nombre muy largo) deja lagunas legales. Que si el siglo XX pertenece al Instituto Nacional de Bellas Artes INBA y de 1900 “pa´tras” al INAH. A decir de cierto ex delegado: la legalidad les da uñas, pero no dientes, solo realizan una función regulatoria.

Ahora intervienen los de protección civil, porque si ven una fisura o daño de una casa, pueden exigir que la echen. Y siempre han destruido el patrimonio: las lluvias torrenciales en 1611, las cuales más o menos se repiten cada 20 o 30 años, que si los indios bárbaros, que la ciudad es fea, sucia y chaparra, que impide el crecimiento, estanca el desarrollo, que si los gatos mojados con gasolina que les prenden la cola con fuego, que inyectan agua con sal a los sillares, para que se hinchen y colapsen, que los destruyen en la madrugada o en días de descanso, que fue un camión en accidente o de reversa. Las "barras" sobran y los edificios relevantes cada vez faltan.


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