La ciudad expuesta a desbordamientos, incendios y el desarrollo inmobiliario

 Antonio Guerrero Aguilar/

Somos la ciudad del conocimiento, pero negamos la memoria, la conciencia y la identidad, en aras de la modernidad. Desde fines del siglo XIX, mucho se ha perdido en aras de las adecuaciones urbanas, sacrificando, afectando o desapareciendo lo que nos legaron. Como que hoy en día, prevalece la idea de que el desarrollo inmobiliario del sector, vale más que lo que se pueda aprender en las aulas como en el contexto y paisaje. Debemos mirar el devenir marcado en lo que alguna vez hubo y fue.

De acuerdo a la actitud y fregonería “regia”, tan cantada por los medios locales y en los discursos de los gobernantes, prevalece y se justifica la vocación destructora de los regiomontanos, con su ciudad, su entorno y su río. Con intenso placer al principio y profundo pesar después. México posee muchas ciudades coloniales, con edificios y monumentos impresionantes. Monterrey es una ciudad con pocas las edificaciones coloniales, y las que hubo, fueron demolidas inexplicablemente, por los mismos habitantes de la ciudad y los fenómenos naturales.



Desde 1977, lo he señalado, hasta declararme defensor de sus viejos sillares, testigos de mejores épocas. Joyas pétreas que formaban parte de mansiones norestenses típicas, señoriales. Por ejemplo. de la llamada etapa colonial, solamente el Obispado, que tuvo que ser reconstruido en más del 80%, de su totalidad, pues estuvo abandonado por muchos años. Solo la fachada y la cúpula son de la construcción original, el Convento de San Francisco lo borraron, la “Casa del Campesino” y la primera etapa de la Catedral. Tal vez unas cinco casas del barrio de la Catedral, denominado “barrio antiguo”.

Algo pesimista, veo que a los regiomontanos, les dio por demoler todo lo que les parezca viejo e inútil, para dárselos a los desarrolladores inmobiliarios y los llenen de agujas de concreto y acero que ahora nos impiden ver las montañas. Desolación y más desolación. Mansiones desaparecidas y en su lugar, profundas excavaciones para los cimientos de horrorosos palomares, en los que se enloquecerán los niños, atraídos por el abismo de sus muchos pisos.

Hay una frase, que bien puede representar la intención del ser humano hacia lo antiguo: el tiempo es ciego y el hombre insensato. Bueno, aquí se dice de otra forma, pero no la escribo para molestar conciencias. La modernidad surgió como una forma de negación del pasado y cuando contemplo estas imágenes, en verdad concuerdo de que el tiempo es ciego. Las cosas no cambian por evolución y cambio, sino por la acción destructora de quienes llegan y ven con otros ojos y actitudes, aquello que nos rodea y tenemos.



Monterrey, con poco más de 430 años de fundada, no posee edificaciones propias del siglo XVII, pero en Cadereyta aún permanecen las ruinas de la casa que se supone perteneció a Alonso de León y en García, los muros de adobe de la casa grande donde habitaron los Fernández de Castro. Del siglo XVIII tenemos la Casa del Campesino, el Obispado y parte de nuestra Iglesia Catedral. Del siglo XIX, los dos palacios, el municipal como el estatal. Añado el templo de los Dulces Nombres y la estación del Golfo. Hay otros que fueron construidos a lo largo del siglo XIX y por ser particulares, afortunadamente reciben buen cuidado de parte de sus propietarios.



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