La Casa del Mirador
Antonio Guerrero Aguilar/
Los antiguos dejaron una torre para la vigilancia, para tener una mirada completa hacia San Jerónimo, el río Santa Catarina como al Obispado. Estaba a la vera del camino, de la entrada y salida de Monterrey. Por mucho tiempo, fue la única y primera, o la última como lo quieran ver, que anunciaba o despedía a la ciudad. Una fortaleza, sin adornos; pero sin perder lo altiva y señorial. Para darnos una idea de cómo estaba Monterrey en el siglo XIX: del arroyo del Obispo hasta la falda de la loma de la Chepe Vera, estaba el pueblo de San Jerónimo. Luego las quintas regadas por las acequias que venían desde Santa Catarina y las Mitras. De pronto aparecía el caserío de la ciudad aún en ciernes, con una construcción singular que casi cerraba el acceso rumbo al barrio de la Purísima. Se distinguía por tener una torre con sus ventanas en la parte más alta, desde donde se podía ver todo el entorno.
Por eso le decían la “Casa del Mirador”, perteneciente a un ciudadano
de nombre Juan López Peña, a quien le pidieron que diera alojamiento al
presidente Benito Juárez, mientras se preparaba la entrevista con Vidaurri a
mediados de febrero de 1864, acompañado por Sebastián Lerdo de Tejada,
Guillermo Prieto y Manuel Doblado quienes también se alojaron en el inmueble. Si
se fijan, lo angosto como sinuoso de la calle de Hidalgo, exigía adecuaciones
viales y en 1928 la tiraron para ampliarla. Situada en donde arrancan las
calles de América y Martín de Zavala rumbo al norte. Hicieron una casa muy
bonita, acorde al estilo de la colonia a la cual llamaron del Mirador, para
honrar la memoria de la otra que alguna vez, sobresalía en el paisaje por su
altura e importancia.
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