El entorno y paisaje cambiado, afectado y perdido
Antonio Guerrero Aguilar/ Becario Pecda Nuevo León 2023
Hablar en torno al paisaje en Nuevo León y sus
repercusiones en la historia, nos propone establecer al menos tres referencias
contextuales. En primera instancia, definir el objeto de estudio, luego presentarles
algunas muestras de cómo ha cambiado en poco más de 420 años el paisaje en la
región. Por último, la necesidad de aprender del pasado para no dañar ni
perjudicarlo más; en especial para procurar un mejor ambiente, más digno y
pleno para vivir.
La palabra paisaje deriva del francés “pays” que en
sentido original significa el territorio rural. Para los italianos, “paese”
puede designar al país o bien pueblo o localidad. La diferencia se entiende por
el contexto. Para los mexicanos país designa a la nación. Desde el punto de
vista de la geografía, se llama paisaje natural al territorio “virgen” que
prácticamente no ha sido modificado por el ser humano. También se designan
aquellas zonas que cuentan con una protección especial, legislada y preservada
como consecuencia del especial interés que revisten. Entonces el paisaje es la
parte territorial que puede ser observada desde un determinado lugar. Puede ser
un espacio admirable por su aspecto, que resalta como paisaje cultural y
artístico por el conjunto de bienes inmuebles, patrimoniales o representativos
de una región.
La geografía es la ciencia interesada por el análisis de
los fenómenos relacionados con la Tierra, tanto desde un punto de vista natural
como humano. Por eso no sólo es importante todo lo que tenga que ver con la
superficie, los elementos naturales y territoriales, sino también con la
población que habita esos territorios y la adaptación a diferentes tipos de
espacios. Literalmente la palabra geografía significa "descripción de la
Tierra"; por eso debe preocuparse por describir y analizar diferentes
aspectos relacionados con nuestro entorno regional.
Existen tres formas de apropiarnos o ver un paisaje: en
un plano, a través de una panorámica horizontal o recorriéndolo. Debemos
advertir que en el paisaje ocurre la vida cotidiana, los imaginarios y
concepciones acerca de lo que nos rodea, derivada ciertamente de una
interacción entre el grupo y el lugar donde nos movemos y existimos. Cada sitio
y cada lugar evidentemente tienen y proveen historias. Hay una concepción
acerca del pasado y en especial, de las comunidades específicas.
Ahora que ya entramos a otro campo. No es por demás
decirles que no se da el tiempo sin espacio. Tampoco se deben rememorar hechos
del pasado como si fuesen la clave para alcanzarlos. Así como la idea, de que
solo a través de la política se pueden explicar todos los sucesos pretéritos
debe desecharse. Lo ideal es tener una comprensión de la Tierra como un
organismo viviente, pleno de relaciones como ocurre en una sociedad con su
región en la que vive. Entonces todo incide, todo está relacionado y repercute
en el contexto que nos tocó vivir.
La geografía no es menos importante que la vida social,
la economía, la religión o la salud. Nuestros ancestros vivieron sus
circunstancias sin separar los elementos de su existencia, experimentándolos
como fragmentos de sí mismos. Tampoco se pueden relegar los conflictos que
tuvieron o tienen los grupos humanos, ni la vida afectiva o su concepción del
más allá. Por eso debemos considerar que la geografía en cuanto ciencia humana,
también da razón y explica ese conjunto de posibilidades, riesgos y cosas
ocurridas.
El paisaje y sus cambios históricos en el noreste
Lo regional abarca los tres estados del noreste. Para
nosotros y otros observadores de la llamada “Tierra adentro”, estamos al pie de
las montañas de la Sierra Madre Oriental. En su posición al Golfo de México le
llaman plano inclinado o llanos esteparios. De aquel lado de la sierra está la
Mesa Central. Según los criterios que propuso Paul Kirchhoff, estamos en
Aridoamérica. Para los biólogos y ecologistas, formamos parte del “Desierto
Chihuahuense”. Entonces nos catalogan: arriba del Trópico de Cáncer puros
desiertos y como no había nada, nuestros ancestros se dedicaron a la minería y
luego a la industria de transformación a partir del siglo XX.
Tal y como lo dijo Vasconcelos: donde termina el guisado
y empieza la carne asada. Entonces justificaron la conformación del paisaje en
la que predominan montañas con vegetación extraordinaria. Para quienes
llegaron, no dejaron de ser unos cerros pelones, debido a los aires secos que
bajan de la Mesa del Norte. Como la naturaleza fue ingrata en estas tierras,
dicen que en el norte se trabaja, en el centro se piensa y en el sur se vive.
Más o menos a la llegada de Diego de Montemayor, los
nómadas vivían en una tierra sin límites. Recorrían sin problemas los vastos
territorios excepto cada vez que invadían terrenos que pertenecían a otros.
Eran cazadores, nómadas y recolectores.
Todo era sagrado y sus conjuntos de creencias relacionaban su vida con
lo misterioso, tal y como lo muestran sus entierros y pinturas rupestres.
Vivían en una cultura en movimiento y todo el entorno era dinámico. Las chozas,
la comida, las relaciones de parentesco, los enfrentamientos bélicos, las
creencias en sí, apuntaban a una concepción de vida mediada por el paisaje y el
entorno. Algo que nos asombra, es la distancia que recorrían en ciertos
tiempos; mientras que los colonizadores tardaban más de lo habitual que ellos
hacían.
Llegaron los colonizadores y se repartieron esa tierra a
la cual ellos pertenecían. Y lo peor es que dentro de sus extensiones, ellos
estaban dentro de la posesión de los nuevos propietarios. Cuando se dieron
cuenta que nuestras montañas no daban la plata ni el oro que esperaban, los
explotaron y vendieron como mano de obra barata. Debemos asentar que ni la
geografía física actual, (la cual ha sido modificada en diversos momentos) ni
la geografía política, tienen algo que ver con las concepciones sobre el
espacio, el territorio, las alianzas, enemistades y aprovechamiento de los
recursos naturales que tenían los indígenas antes de la llegada de los
pobladores de origen europeo. Todo se impuso sobre una concepción de vida de la
que solo nos quedan trozos de algo que fue y ya no es. Si acaso la carne asada,
la recolección de frutos silvestres y otras costumbres arraigadas en la zona
rural de Nuevo León.
Los pobladores de origen ibérico, hicieron acequias para
conducir el agua. Estas iban por las calles, hasta que en el siglo XIX se
decidió que tenían que atravesar los patios y traspatios de los solares. Se
hicieron sacas de agua para riego y las primeras represas. De pronto los
torrentes no llegaban a su destino, a los ríos, arroyos o lagunas; dejaron de
crecer superficies de agua. Los colonizadores al estar escribiendo creaban una
geografía. Los espacios a partir de su escritura comenzaron a tener dueño por
el solo hecho de ser descritos.
La tierra al estar descrita en un texto adquiere un
estatuto. Es cuando surgen “las escrituras”. Nombrar algo es darle una
identidad, es transformarlo. Una nomenclatura designa a un terreno habitado,
pero también designa el dominio militar y político, a la vez que sagrado.
Toponimias que desplazaron las otras. Unas si prevalecieron. En lugares de
actas de fundación, reparto de solares y mercedes de tierra. Es cuando hasta
los santos les pusimos un apellido.
En cambio, los primeros pobladores vieron arroyos y ríos
con agua, con enormes bosques. Hablaban de serranías y más allá de las mismas
de los desiertos, a los que tal vez designaban como parajes en donde no
habitaban los seres humanos y solo deambulaban de vez en cuando. De acuerdo a
los testimonios de los colonizadores, en los diarios y derroteros, actas de
cabildo y mercedes de tierras nos describen lo que ven, lo que sucede y lo que
les sorprende, ya sea los accidentes del terreno, lugares con agua y de su
calidad, de los animales, de la vegetación, de las tormentas y climas,
chaparrones, inundaciones y de los indígenas que por ahí andaban.
Casi todos nuestros pueblos convertidos en municipios en
el siglo XIX, se asentaron en manantiales y ríos. Sus funcionarios entregaban las mercedes
reales a los pobladores. Si tenían caballo eran caballerías de tierra pues se
supone podía recorrerlas a lomo de un animal y si no tenían, eran peonías.
Estas se entregaban bajo la mirada de un sacerdote que bendecía, hacía una
misa, cantaban el “Te Deum”. Luego la clásica ceremonia: en donde el alcalde
tomaba la mano de una de las personas, recorrían el lugar, arrancaban zacate,
arrojaban tierra hacia el cielo, cortaban ramas de los árboles, desviaban el
agua de su cauce creando una acequia y caminaban detrás de un hombre que
llevaba una Cruz de madera.
Los pobladores buscaron minas para sacar la riqueza de la
tierra. No la encontraron y entonces se dedicaron a traer cientos de miles de
cabezas de ganado menor. Cuando los tropeles de borregos y cabras llegaban a
los suelos salitrosos, repletos de pastos y árboles de buen tamaño, eran
recibidos de mala gana por los pobladores como por los indios para evitar su
instalación, pues acababan con todo. Allá en Ramos Arizpe, Coahuila, se
refieren a sus terrenos secos “estropeados” y cansados por el paso de los
ganados trashumantes.
Los primeros testimonios son aquellos que nos dejaron
Diego Díaz de Berlanga en el acta de la fundación de Monterrey en 1596; Alonso
de León, Juan Bautista Chapa y Fernando Sánchez de Zamora a partir de la
segunda mitad del siglo XVII. Las crónicas de Alonso de León nos advierten que
los indios escapaban rumbo a los bosquecillos que había. Ya en el siglo XVIII,
el Ing. Nicolás de Lafora entre 1766 y 1768. O el padre Juan Agustín Morfi
quien acompañó a Teodoro de Croix por su recorrido a la Nueva Extremadura en
1777. En ellos dan cuenta de la geografía, el clima y la fertilidad de la
tierra que iban conociendo, como de las naciones indígenas que habitaban los
dilatados territorios y de los esfuerzos de los misioneros y de los militares
para mantener en estado de paz la región. Ya en el siglo XIX la expedición de
la comisión de límites al mando del general Manuel Mier y Terán entre 1829 y
1832 y la estancia de Manuel Payno a partir de 1836, los militares
norteamericanos y franceses que controlaron la zona, nos dejaron una buena
cantidad de descripciones que hoy en día nos asombran
Entonces las primeras descripciones del paisaje, narradas
y contenidas en los bandos políticos, mercedes, informes y visitas de gobierno,
recorridos y recreaciones. Y todos nos hablan de otra realidad, de otra
situación. Por ejemplo, el padre Morfi nos hablaba de la cantidad de sabinos
que había en el norte de Coahuila, del caudal de los ríos. Manuel Mier y Terán, que bajando por la
Cuesta de los Muertos, el entorno parecía una bahía que las montañas rodeaban.
Manuel Payno dijo que la situación de Monterrey al pie del cerro de la Silla,
bien se puede llamar “a todo esto sin exageración un jardín”. O a mediados del
siglo XIX comentaban algo excedidos que la alameda llegaba hasta el Cerro de
las Mitras. ¿Si saben que en el norte de Coahuila hay una región que se llama
de los Cinco Manantiales? O de las motas (bosques compuestos por árboles de la
región) que gradualmente están cediendo ante el avance de los urbanistas. Que
no solo había sabinos en los alrededores de los ríos, sino también nogales.
¿Entonces qué pasó? Allá en García, Nuevo León me
platicaron: en donde ahora está el Palmar enfrente de la zona industrial,
estaba repleta de árboles típicos de la región que quitaron para construir las
vigas, puertas, ventanas y hacer leña para preparar la argamasa de las
construcciones. O de un maestro de la carrera de geografía de la UNAM que
explicaba a sus alumnos que nosotros en Santa Catarina debimos tener otro tipo
de vegetación por estar en las estribaciones de las montañas. Recuerden que
Gonzalitos llegó de San Luis Potosí, acompañando a un religioso que buscaba un
mejor clima. Las lluvias estaban previstas para periodos de 20 o 30 años. Las
heladas y nevadas igual. Algo extraño, sabemos que también ocurren temblores y
están registrados.
Lo cierto es que nuestros ancestros no se preocuparon
tanto del cuidado del entorno. Y necesariamente el paisaje se modificó con la
ganadería y la minería en los siglos XVII y XVIII. Las primeras empresas
textiles a mediados del siglo XIX, el proceso industrializador que se dio a
partir de 1890 y el otro que se dio de 1928 a 1970. Luego el crecimiento
demográfico que se fue sobre las montañas. Taparon arroyos, secaron ríos y
esperaron las inundaciones que al fin y al cabo ocurren cada 20 o 30 años.
Quitaron la producción de agaves con las que hacían vino mezcal y pulques. El
agua común pasó a ser patrimonio industrial. Si, hubo trabajo y beneficios,
pero el coste fue evidente.
¿Qué hacer con nuestro entorno?
Cuidarlo, protegerlo, conocerlo. No solamente lo boscoso
y el verdor de las arboledas atraen al turismo. Debemos promover los diferentes
ecosistemas que tenemos, con sus formaciones o paisajes naturales, ya sean
estos geológicos o geomorfológicos y el aprovechamiento que nuestra gente hace
de los mismos como una forma de interacción. Para la conservación del
ecosistema, debemos asegurar la continuidad evolutiva de las diferentes
especies que se hallen en él y evaluar cuáles son las especies que invadieron las
zonas y la afectan, la alteran entre otras cuestiones.
La conservación de aquellas comunidades vegetales o
animales, de manera tal que impidan la desaparición de cualquier especie, o por
lo menos que mantengan pruebas selectas del material genético y la
investigación científica, educación ambiental o por lo menos el control y el
estudio de los parámetros ambientales. Por otra parte, que realicen dos
contribuciones importantísimas, por un lado, al mantenimiento y mejoramiento de
los sistemas hidrológicos y de abastecimiento de agua. De igual forma,
contribuir al control de la erosión, así como al de la sedimentación.
Quiero retomar las palabras de Ernesto Sábato respecto a
una cultura de resistencia, de rebeldía propositiva. A medida que nos
relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y
una indiferencia metafísica se adueña de nosotros. El hombre está perdiendo el
diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea. Es allí donde
se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida.
El conocimiento de otras culturas y otras experiencias otorga la perspectiva
necesaria para mirar desde otro lugar, para agregar otra dimensión y otra
salida a la vida.
Sábato sabiamente nos advierte: “Como al desmoronarse los
cimientos de una casa, las sociedades comienzan a precipitarse cuando sus mitos
pierden toda su riqueza y su valor”. La educación ideal nos enseñaría a cuidar
del medio ambiente. "La búsqueda de una vida más humana debe comenzar por
la educación, en la que la familia, la escuela y la sociedad sean y adopten su
verdadera función como agentes educativos. “Todo hace pensar que la Tierra va
en camino de transformarse en un desierto superpoblado... Este paisaje fúnebre
y desafortunado es obra de esa clase de gente que se habrá reído de los pobres
diablos que desde hace tantos años lo veníamos advirtiendo, aduciendo que eran
fábulas típicas de escritores, de poetas fantasiosos”.
Debe mostrarnos como dependemos en el otro ser humano y
en el bien de la naturaleza. Este entorno cada día más opaco y sin vida en el
que la condición de ser humano se abandona como “cuando multitudes de seres
humanos pululan por las calles de las grandes ciudades sin que nadie los llame
por su nombre, sin saber de qué historia son parte o hacia donde se dirigen, el
hombre pierde el vínculo delante del cual sucede su existencia... ya no vive
delante de su pueblo, de sus vecinos, de su dios, si no angustiosamente perdido
entre multitudes cuyos valores no conoce o cuya historia apenas comparte...”.
Continúo con las palabras del escritor argentino: “El
mundo está perdiendo la originalidad de sus pueblos, la riqueza de sus
diferencias, en su deseo infernal de “clonar” al ser humano para mejor
dominarlo. Por eso, quien no ama su provincia, su “paese”, la aldea, el pequeño
lugar, su propia casa, por pobre que sea, mal puede respetar a los demás. Hablo
por añoranza de un tiempo legendario del cual aquellos que lo vivimos nos
pudiéramos vanagloriar. La humanidad está cayendo en una globalización que no
tiende a unir culturas, sino a imponer sobre ellas el único patrón que les
permita quedar dentro del sistema mundial cada hora, el poder del mundo se
concentra y se globaliza en veinte o 30 empresas”.
Como bien lo sentenció el ecologista senegalés: “Al fin
de cuentas, sólo conservamos lo que amamos. Sólo amamos lo que comprendemos.
Sólo comprendemos lo que nos han enseñado..."
No es tan complicado, solamente se requiere conocer,
apreciar y cuidar nuestro entorno como se advierte. Lo malo es que lo que
hicieron con el territorio, lo hicieron con lo que construyeron arriba del
mismo.
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